domingo, 9 de julio de 2017

Y veinte, que no es nada...

Hace veinte años, el 9 de julio de 1997 era yo el que llegaba a Nueva York procedente de Madrid a empezar una nueva vida por tercera vez:
"Al llegar a Nueva York debemos hacer la cola larga y silenciosa de los inmigrantes permanentes, refugiados de todo el mundo, de los que antes desembarcaban por Ellis Island y saludaban a la Estatua de la Libertad: iraníes, judíos, yugoslavos y una familia rusa cuya matrona lleva, en lugar de la pierna, una prótesis que es en realidad un trozo de árbol con corteza y todo, a la que alguien tuvo la delicadeza de afinarle la punta con un hacha. Mientras esperamos que en nuestro pasaporte pongan el sello de residentes temporales, veo a un agente de aduanas negro revisando el tambor africano que trae un pasajero. De pronto, como si se olvidara de su condición de funcionario, improvisa una pequeña rumba en el tambor. Sigo buscando señales en un país lo suficientemente desenfadado como para que un agente de aduanas se tome su trabajo de esa manera. Cuando por fin salimos nos esperan nuestros patrocinadores, unos viejitos que hasta el día de hoy se han comportado como achacosos y discretos ángeles de la guarda. Salimos al aire libre y me golpea el olor a asfalto a punto de hervir que me recuerda a Cuba. Como me la recuerda la maleza hirsuta y requemada a los costados de la carretera. Todo eso me provee de la cuota mínima de familiaridad para empezar a agarrarle confianza a un lugar que deberé tratar de hacer mío"

1 comentario:

Miguel Iturralde dijo...

Todo eso me provee de la cuota mínima de familiaridad para empezar a agarrarle confianza a un lugar que deberé tratar de hacer mío... palabras con tremenda carga de sabiduría. Y aquí estás veinte años más tarde validándolas y compartiendo con todos los que te leemos. Saludos.