lunes, 27 de febrero de 2017

Viajes al centro de la nada

En Suburbano, una relectura del famoso viaje de Sartre a Cuba que acaban de publicarme:
Entre los subgéneros que la literatura del siglo XX le adeuda a la Revolución Cubana, sobresale el de los viajes a Cuba. El de viajes de los compañeros de viaje, valga tanto la redundancia como la precisión. O para ser todavía más exacto, llamémosle a este subgénero el de los Libros de Viajes a la Revolución Cubana Escritos por Compañeros de Viaje. Pero si algo llama la atención en el género, incluso más que la abundancia de títulos, es su estremecedora coherencia. Tanto es el parecido entre los textos que se pensaría que esto se debe  a la fidelidad de los textos respecto al objeto que describen. Conclusión un tanto ingenua si se piensa en que la coherencia que otros géneros guardan entre sí no implica que aquello que describen sea más real. Como mismo la presencia de dragones en las novelas de caballería no nos haría suponer que tal especie abundaba en Europa tan sólo seis siglos atrás.
Una anárquica enumeración de las características de este subgénero, sobre todo en sus etapas romántica (1959- 1968) y clásica (1968-1989) podría resultar como sigue: un declarado rechazo a toda interpretación folclorista (para de inmediato sumergirse en lo que entienden como el nuevo folklor revolucionario); profesión de fe revolucionaria o al menos progresista (que luego es confirmada al final del texto); condición del viajero como invitado oficial de instituciones gubernamentales (algo prácticamente imprescindible para poder visitar la isla tras un progresivo cierre al exterior); recorridos dirigidos de forma prácticamente idéntica (Hotel Nacional, fábricas, instalaciones portuarias, escuelas, cooperativas agrícolas, Casa de las Américas, antigua casa del magnate Du Pont en la playa de Varadero, discursos de Fidel Castro); guías altamente calificados (y casi siempre entre lo más conocido de la cultura nacional); constantes citas de carteles políticos, artículos periodísticos, discursos de Castro, poemas de jóvenes poetas y posteriormente, canciones de la Nueva Trova; alusiones a las fuertes campañas de propaganda de las agencias capitalistas que intentarían desmentir lo que describen en sus textos; intercambios de anécdotas sobre el Ché; versiones resumidas e idénticas entre sí de la historia reciente del país; explicación del deterioro de la capital como castigo revolucionario a su antigua condición de prostíbulo yanki. Y así hasta el infinito.
El argumento de estos viajes en lo que he dado en llamar las etapas romántica y clásica resulta casi idéntico. Un escritor o periodista es invitado a participar como jurado en algún concurso literario (de preferencia el Casa de las Américas) o directamente a ser testigo de las transformaciones revolucionarias que se están operando en el país. Casi desde los inicios es enunciada tanto la militancia personal como el deseo de derribar la barrera de propaganda de las agencias de prensa capitalistas que impide conocer la verdadera realidad cubana. A su llegada el viajero es sorprendido por la falta de anuncios comerciales, reemplazados por consignas políticas, el deterioro de la ciudad y la escasez de la iluminación lo cual celebra como una victoria sobre el espíritu de consumo. A continuación el viajero es alojado en un hotel (de preferencia el hotel Nacional) donde entra en contacto con un mundo ya desaparecido cuyas comodidades a un tiempo disfrutan y lo hacen reflexionar sobre todo lo que carecía el pueblo en el régimen anterior. A esto le seguirá un intenso periplo por las obras de la revolución y un encuentro lejano o cercano con Fidel Castro (casi siempre ambos). El breve resumen de la historia cubana ya mencionado explicará la inevitabilidad de la revolución. La mayor parte de los libros estarán recorridos por conversaciones interminables con funcionarios, intelectuales y “gente de pueblo” sobre la revolución, sus logros y perspectivas y la aclaración sobre alguna que otra cuestión incómoda en la que insisten las agencias de prensa. Las respuestas serán casi invariablemente satisfactorias salvo cuando recuerden (por su dogmatismo) al sector más ortodoxo del partido, grupo o religión en el que milita el escritor. Al final del viaje, tras un breve diagnóstico positivo, el escritor terminará haciendo votos por la larga vida de la revolución y recalcará su significado para toda la humanidad.
Tanta uniformidad a través de decenas de textos de autores muy distantes entre sí resulta desconcertante. Si me tomo el trabajo de distinguir dos etapas es por una razón que no sé si considerar significativa. En los primeros momentos los autores provienen de un amplio rango de la izquierda occidental, el diagnóstico sobre el carácter de la revolución es tentativo, y conviven significativos símbolos del pasado que se pretende erradicar con una presencia simbólica relativamente débil de la revolución. En cambio, en la etapa que llamo clásica, los emblemas revolucionarios han hecho desaparecer casi toda competencia simbólica, el pasado puede exhibirse como definitivamente muerto, los recorridos son mucho más controlados y entre los escritores se ha producido un doble proceso de selección natural y artificial a través del que prácticamente sólo son admitidos aquellos cuya fidelidad está a toda prueba.
El fundador
Todos los estudiosos del subgénero cuyo nombre prefiero no repetir concuerdan en que el libro de Jean Paul Sartre Sartre visita Cuba marcará sus pautas básicas. Invitado por el periódico Revolución en 1960 para que diese cuenta de la realidad de la Revolución Cubana el Intelectual Estrella de Occidente acude entusiasmado con su esposa Simone de Beuvoir. Sin embargo en las primeras líneas del texto propiamente de viaje tropieza con un obstáculo desconcertante. Este es justamente el recuerdo de una visita anterior: “Esta ciudad, fácil en 1949 cuando la visité por primera vez, me ha desorientado. Esta vez estuve a punto de no comprender nada. ¿Qué ha confundido a esta mente privilegiada que antes pareció entender tan perfectamente a esa ciudad “fácil”? Después de describir la opulencia del barrio donde se aloja (no tarda en señalar que en su habitación del hotel Nacional “podría caber mi apartamento de París” y que pone el aire acondicionado al máximo “para disfrutar del frío de los ricos”(Ibid.58)) nos da una pista para descubrir el motivo de su desconcierto. Mientras busca la revolución por las calles de la ciudad encuentra que “no había cambiado nada en los últimos once años. O más bien sí: en los barrios populares la suerte de los pobres no me pareció mejor ni peor que antes; en los otros barrios, las señales visibles de la riqueza se habían multiplicado desde 1949. El número de los automóviles se había duplicado o triplicado (…) Cada noche vierte sobre la ciudad un torrente de luz eléctrica”.
Se trata de un desafío a sus teorías sobre las causas de una revolución tercermundista. La ciudad que observa parece mucho más próspera que aquella que conoció once años antes y no le queda otro remedio que atribuir esa aparente prosperidad al régimen anterior, aquel contra el cual se ha elevado esa revolución que ahora aplaude y que, de acuerdo al esquema marxista que Sartre subscribe, una revolución (tercermundista o no) no puede tener otras causas profundas que no sean económicas.
Afortunadamente para Sartre, un par de páginas después de su desconcierto original puede exclamar con alivio: “Empiezo a comprender”.
Hoy, sentado a mi mesa en una mañana sin nubes, veo por las ventanas el tumulto estático de los paralelípedos rectangulares (se refiere a los rascacielos erigidos en la década anterior) y me siento curado de la maligna afección que estuvo a punto de ocultarme la verdad de Cuba: la retinosis pigmentaria. No son palabras de mi vocabulario y hasta esta mañana yo ignoraba el mal que designan. Para decirlo todo, acabo de encontrarla leyendo el discurso que un funcionario cubano, Oscar Pino Santos, pronunció el 1o de julio de 1959.
El término médico, “una enfermedad de los ojos (…) que se manifiesta por la pérdida de la visión lateral” alude a la incapacidad del visitante de superar el deslumbramiento del esplendor habanero y comprender que Cuba es una nación enferma de subdesarrollo. Habiendo comprendido esto ya podrá Sartre desmarcarse de la limitada mirada del turista y reinterpretar la incómoda impresión de su llegada. Ha encontrado en las palabras que le facilita un economista nativo el instrumento para domesticar la realidad, para mordearla a su gusto. Ahora puede digerir el hecho de que, por ejemplo, en Cuba la posesión de automóviles estuviese mucho más extendida que en Europa. “Los cubanos imitaron a los yanquis sin tener sus recursos. Las marcas de autos más caras eran accesibles a bolsillo bastante escuálidos a condición de morir de hambre” (Ibid.66)
A partir de la solución del problema del esplendor del antiguo régimen Sartre podrá dedicarse con tranquilidad a dos tramas que ocuparán buena parte del texto. Una será el recuento de la historia cubana más reciente. La otra consistirá en describir el funcionamiento del subdesarrollo cubano (una economía dependiente de un solo producto, el azúcar; necesitada de importarlo todo de un único mercado, el norteamericano) y en exaltar el empeño del gobierno en llevar a cabo la industrialización prescindiendo de ese único producto. El viaje, en cuanto a testimonio directo de la mirada del visitante, se interrumpe.
La suspensión del juicio crítico lleva a Sartre a caer en contradicciones abiertas e insolubles. Sobre el tema de la reforma agraria, por ejemplo, Sartre hace suyas las palabras del Che Guevara sobre la necesidad de repartir la tierra entre los campesinos. “Si la tierra pertenece a los campesinos hay que dársela. (…) ¿Con qué derecho los pequeños burgueses que no saben nada del trabajo en el campo adoptarían esas desdeñosas precauciones contra los rurales?”. Sin embargo, una lectura detenida de la ley promulgada al efecto le revela a Sartre que la anunciada repartición de tierras no tendrá lugar. (“Releemos el texto de la Reforma Agraria: se ve aparecer allí de pronto, sin ruido, subrepticiamente, la palabra ‘cooperativa’ y la ley no se preocupa en ningún momento por definirla y justificarla”). Para justificarlo ante los ojos del lector acude a uno de los recursos más socorridos en el género cuando se tropieza con un problema de difícil comprensión: se pregunta a una persona responsable y autorizada. Y de inmediato que será respondida con concisión sin que luego se vuelva a mencionar el tema. En este caso la pregunta es:
-¿No sienten [los campesinos] a veces el deseo de repartirse las tierras?
-¿Por qué habían de hacerlo? -me respondieron [sus “amigos cubanos”, intelectuales metidos a especialistas agrícolas]- (…) De padres a hijos, esos hombres nunca han poseído nada, salvo el machete que llevan en la cintura (…) la posesión de la tierra resulta para ellos una abstracción.
El silencio subsiguiente de Sartre aparece como aceptación total de la respuesta recibida. La mirada dócil del viajero frente a un mundo deseado y a la vez distante puede atribuirse tanto a una combinación de simpatía ideológica con la propia dialéctica de todo viaje. Esa distancia de las preocupaciones cotidianas, esa “impresión de abandono pasajero” donde el yo explora nuevas posibilidades provoca en Sartre, como en tantos otros autores una relajación, una distensión en la lógica del discurso que les permite aceptar explicaciones que en sus lugares de origen encontrarían falaces. El resultado es, en este y en otros textos del subgénero, una cadena de apreciaciones y conclusiones que difícilmente podríamos encontrar sobre fenómenos afines en la sociedad donde usualmente se desenvuelven. A esa inhibición de la suspicacia intelectual no escapa Sartre hasta el punto de limitar el despliegue de su nada escaso ego. El yo de Sartre, quizás ante el temor de interferir en la recepción del extraño fenómeno de una revolución tropical, prefiere retroceder, ocultarse. Y si da señales de vida es para notar su desventaja ante la “energía revolucionaria” que sacude el país: “me sentía más viejo que en París” confiesa quejándose a cada momento de su incapacidad física de seguir el ritmo que le imponía el prolijo plan de actividades.
Sartre no escapa a la tentación de viajeros más frívolos. Busca y encuentra exotismo por doquier aunque en su caso el exotismo adquiera una dimensión ideológica. La mayor concentración de esa extrañeza, de ese exotismo que emana del objeto descrito (la Revolución Cubana) la encontramos en la descripción que hace Sartre de Fidel Castro: “De todos los noctámbulos, Castro es el más despierto; de todos los ayunadores, es Castro el que puede comer más y ayunar más tiempo”. El misterio de la revolución justo encuentra su mayor condensación en quien más ayune o menos duerma. Castro ocupará una parte nada desdeñable del libro. Es con él con quien Sartre reanuda la trama del viaje luego de dedicar largas páginas a describir las causas y proyectos de la revolución.
A duras penas Sartre lo sigue en su vertiginoso recorrido por el país, salpicado de encuentros espontáneos llenos de pintoresquismo revolucionario. Cada ciudadano se siente con derecho a abordar al entonces primer ministro, tutearlo y plantearle sus problemas. Sartre anota su energía, la sencillez de sus alojamientos y su propio asombro como observador. Un detalle. Recordemos que Sartre no habla español y muchas veces el traductor no está disponible. Y sin embargo, le resultan suficientes los gestos del primer ministro o el tono de su voz para entender el significado esencial de lo que dice. Esto también vale para los discursos.
Cuando Sartre se ve arrastrado por el líder de la Revolución hacia la playa de Varadero, intenta lo que luego repetirá cada cultivador del subgénero: desmarcarse de la masa turística: “¿Qué pueden importarme a mí esas playas?”, se pregunta. No obstante, la visita a la playa se convierte en una inspección del estado del turismo. Entonces comprende el juego: “haga lo que haga Castro (…) sólo puede ser por varios motivos a la vez”. El siguiente episodio de este tipo resulta igual de revelador. Dos turistas norteamericanos, dedicados a la pesca, los invitan a almorzar. Sartre no oculta su reticencia a hacerlo: “ninguno de nosotros deseaba pasar el día en su compañía”. Pero para sorpresa de Sartre, Castro accede. Le perturba que el Comandante conceda un buen rato de su preciado tiempo a unos gringos no especialmente notables hasta que por fin encuentra, aliviado la explicación: “fascinado, había seguido, no a los hombres, sino a sus cañas de pescar”. Durante las siguientes dos o tres horas Castro se dedica a tratar de aprender a manejar las cañas de pescar ante la impaciencia de los acompañantes que se retiran a esperarlo en otro lugar. Al regresar Castro exclama: “Creo que he hecho buena propaganda”. Donde cualquier otro hubiera visto puerilidad y capricho, Sartre cree captar resonancias de mucho más alcance:
He ahí el hombre. Como ya he dicho, su pensamiento se mueve en varios planos a la vez y lo que en tal o cual nivel es detalle, se convierte en otro nivel, en parte integrante de un todo. No deja de extraer algunas ventajas de ello, y con gran sinceridad, hace ver en las mentes superficiales que sus diversiones pasajeras son, en lo profundo, momentos políticos de la revolución nacional. Pensábamos que se divertía con una caña de pescar nueva, cuando lo que hacía era ganar una escaramuza en la guerra del turismo.
Sobre esta ansia totalizadora concluye un párrafo más tarde: “no es que él posea a Cuba como los grandes hacendados o Batista, no, sino es que él es la isla entera porque no se digna tomarla ni reservarse una parcela”.
Esta identificación entre país y líder facilitará muchísimo la tarea del escritor. Bastará conocer a uno para adentrarse en el otro. Retratándolo a él podrá describir toda la isla. El libro se detendrá en un momento climático, el discurso del Líder Máximo en el entierro de las víctimas de un sabotaje. Este momento coincide con el clímax de su simpatía: “descubrí la angustia cubana porque, de pronto, la compartí”. Entonces justo en las palabras finales del libro se da un curioso giro. Allí donde el autor parece haberse fundido a la realidad cubana, ésta adquiere una significación si no universal al menos europea (¿o son uno los dos?) cuando dice “Los cubanos deben triunfar o lo perderemos todo, hasta la esperanza”. Y en ese tránsito del “ellos” (los cubanos) al “nosotros” se da fe de lo englobador y trascendente de la experiencia. Y allí encontramos en buena parte la clave de la persistencia de la imagen romántica que la izquierda occidental se ha hecho de la llamada Revolución Cubana. Ser una imagen o una realidad (llegados a este punto ya importa poco) cuya materia prima principal es la esperanza ajena. Es difícil encontrar material tan resistente.
Epílogo
Tras el acercamiento norteamericano a Cuba y la muerte de Fidel Castro, releer estas páginas cubanas de Sartre hacen más clara la noción de cierre de una etapa y de un subgénero. A ambos los sostenía la rivalidad entre gobiernos y la habilidad fidelista para avivar esa rivalidad simbólica. ¿No fue Sartre quien dijo en aquel mismo libro que “Si Estados Unidos no existiera, Cuba debería inventarlo”? Estamos a las puertas si no de otro tiempo sí al menos de la aparición de otro subgénero. El de libros de viajes a la Cuba del pre-post-castrismo, un tiempo que empezó hace ya rato y no parece que vaya a terminar en un futuro cercano. Sobre los rasgos generales que ya se vislumbran en este género quizás valdría la pena extenderse en otro artículo que describiera un nuevo espacio de lo previsible. Sobre todo desde el lado norteamericano que ya cae con esa sed de exotismo más sobre nuestras tierras. (Como también es previsible que tras el advenimiento de Trump se le vuelva a atribuir a Cuba una condición de símbolo de resistencia frente al renacimiento del imperialismo norteamericano). Pero nadie espere que, incluso siendo un país incapaz de generar algo por y para sí mismo, Cuba renuncie a su habilidad de adoptar la forma del sueño que la contenga. ¿Y acaso hay mejor definición de paraíso turístico?

sábado, 25 de febrero de 2017

Mambises para adultos


Hoy en Diario de Cuba publica texto mío sobre la pintura de Ariel Cabrera Montejo. Un honor tener la oportunidad de escribir sobre un artista talentosísimo y único. La galería de imágenes de su obra es imperdible:
Resulta llamativo que tras tantos años la veneración hacia el mambí se conserve uniformemente intacta. Tanto en la historia oficial como en la imaginación popular, tanto desde el Gobierno como desde el exilio: los vigilantes de Miami son tan mambises como los de La Habana. Resulta más curioso aún luego de que se instituyera como rutina intelectual cuestionar la divinidad de José Martí (que no la grandeza), herejía impensable décadas atrás.
El mambí, ese peón del ajedrez simbólico nacional, ha sobrevivido casi intacto a las batallas de nuestro imaginario histórico, donde incluso el rey-apóstol se ha llevado no pocos cocotazos dialécticos. Parte del mérito es lingüístico y publicitario: la audacia que tuvieron nuestros libertadores de apropiarse de un insulto enemigo y convertirlo en orgulloso blasón. De manera que la frase "mi abuelo era mambí" siga sirviéndoles a los cubanos como evidencia de su prosapia. Como si se olvidara que hubo tantos o más nativos peleando al lado de la metrópoli como soldados independentistas.
El caso del pintor Pedro Pablo Oliva, quien tuvo el infortunio de que su abuelo rematara a Martí de un balazo, no es más que eso: mala suerte de un pintor que a cada paso se siente obligado a devolvernos en imagen al prócer que nos arrebató su abuelo. Como si él fuera descendiente de todos los que pelearon contra el bando de Martí. (Que desde hace 58 años estemos gobernados por los hijos de un soldado que combatió a nuestros abuelos "buenos" es, en cambio, una calamidad colectiva.) [Seguir leyendo]

martes, 21 de febrero de 2017

Oviedo


Capitulo inédito de “Siempre nos quedara Madrid” que ahora publica Viceversa Magazine

De Santillana seguimos camino a Oviedo. Allí nos espera gente que no hemos visto nunca pero con quienes ciertas circunstancias parecen condenarnos a su amistad. A Gustavo no lo conocí en La Habana por muy poco. Tenemos varios amigos comunes e incluso uno de ellos me invitó a la fiesta de despedida que le iban a hacer a Gustavo antes de salir para España. Por alguna razón no pude ir pero al poco de llegar a Madrid ya me había puesto en contacto epistolar con él. A Nadia, su novia, la reconozco como la chica que una noche en una fiesta entre amigos de la universidad en un pueblo perdido había roto la única botella de ron que nos quedaba: el tipo de historias que llevaban en esos días el sello de lo inolvidable. Estábamos en una suerte de discoteca en la que habíamos colado de contrabando una botella que situamos debajo de la mesa y desde la que a ciegas nos íbamos sirviendo tragos. Así hasta que la chica movió el pie en la dirección equivocada destruyendo nuestra esperanza de seguir bebiendo en la discoteca a precios de almacén. O posiblemente ya no quedara bebida en el lugar. Aquella noche todos habíamos odiado un poco a aquella chica a la que nadie conocía bien. Nos hubiéramos dedicado a odiarla las horas siguientes de no ser porque un policía se llevó a la estación a uno del grupo. Los detalles no estaban claros pero supusimos que lo habían detenido por llevar el pelo demasiado largo o por no ser de allí o por cualquiera de las razones a las que un policía de pueblo acude para sacudirse el aburrimiento. De manera que el resto de la noche en vez de odiar a la chica de la botella nos dedicamos al más la provechosa tarea de rescatar a nuestro compañero de manos de la policía verba mediante. Así que buena parte de la visita a Oviedo la empleo en bromear acerca de aquella botella rota seis años atrás con esa insistencia que utilizo cuando creo hallar algún punto ligeramente incómodo para el interlocutor y divertido para mí. Meses después Nadia me dirá que la había confundido con otra chica. Ella nunca había estado en aquel pueblo ni su pie fue el que rompió nuestra botella. Me explicará que si no me lo aclaró durante nuestra visita fue para no arruinarme la broma. “Parecías tan divertido que me dio lástima decirte la verdad”.Tienen un apartamento mucho más amplio que el que compartimos con Silvia en Madrid pero no tardamos en darnos cuenta de que no les va bien. Que su estrechez de inmigrantes es todavía más ajustada que la nuestra. Incluso un viaje de fin de semana a Madrid les queda fuera del alcance de su presupuesto. Por no tener en Oviedo ni siquiera tienen más que un par de amigos a los que no llegamos a ver. La ciudad se les ha convertido en una trampa tranquila de la que reniegan sin descanso pero que no se atreven a abandonar por miedo a que les vaya peor. O porque todavía no han perdido la esperanza de que la promesa que los llevó hasta allí termine por cumplirse.Habían llegado a Oviedo atraídos por el ofrecimiento de un pariente lejano. Un familiar muy bien situado en el gobierno del principado de Asturias que les prometía una legalización rápida e indolora y hasta algún trabajo. Al llegar se encontraron con una situación muy distinta a la del momento en que se hicieron las promesas. Con lo que se encontraron más exactamente fue con un escándalo. Un francés le había propuesto al gobierno del principado una abrumadora inversión del Banco Internacional Saudí para construir una refinería a cambio de una subvención estatal que copatrocinara el proyecto. La generosa oferta saudí terminó siendo uno de los timos más famosos de la historia reciente de España. Cuando se descubrió la estafa todavía el gobierno no había desembolsado su parte pero el ridículo de dejarse engatusar tan mansamente y la entusiasta publicidad que generó el proyecto obligó al gobierno a renunciar. Nadia y Gustavo son el final de la larga cadena de traspiés que provocó el descubrimiento del “timo del petromocho” pero todavía esperan que los restos de influencia que le quedan al pariente otrora poderoso basten para arreglar sus papeles. No descarto que sea la sombría perspectiva de Gustavo y Nadia lo que haga parecer a Oviedo la ciudad más fea de las que he visitado hasta el momento, una fealdad apenas redimida por su catedral. Será por eso  por lo que me parece una ciudad gris y silenciosa en la que basta levantar un poco la voz para tener la sensación de estar en una cueva. La vista de Oviedo desde el Alto del Naranco, (la elevación que la domina rematada por un Cristo escrupulosamente feo), confirma la impresión que he tenido mientras recorría sus calles: un montón de construcciones amontonadas para realzar la gloria de su catedral. Pero vale la pena la caminata hasta la cima del Naranco y de paso visitar las iglesias románicas de Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo. Nuestra maravilla ante esas acumulaciones de piedra vieja tallada con gusto sencillo parece no agotarse en estos días.     
Treinta horas en Oviedo nos bastan para recorrerla y formar amistades que todavía perduran con la intermitencia de la distancia. Recuerdo a Gustavo aprovechar el recorrido por el centro de la ciudad para recordarnos a cada paso cada edificio construido con dinero sacado de Cuba mucho tiempo atrás. Lo hacía con el ademán del aristócrata venido a menos. Cuando no hay apellidos a los que achacarles grandezas pasadas la historia es un buen sucedáneo. Así la gloria de los viejos indianos o la riqueza antigua de una isla que no habitaban nuestros antepasados pueden servir para creer que el mundo tiene algo que agradecernos.

domingo, 19 de febrero de 2017

Receta

Paso número uno: se denuncia a la prensa como enemiga.
Paso número dos: se empieza a inventar noticias.
Paso número tres: se toman medidas urgentes y radicales para atajar las terribles consecuencias de los hechos que se acaban de inventar.
Paso número cuatro (solo en caso de que se descubra la falsedad): Decir "Yo no sé. Esa información me la dieron. Pero se puede ver por ahí. De hecho es una información muy preocupante"

jueves, 16 de febrero de 2017

Contraste

El extraterrestre echaba chispas.
-No me respetas –decía. ¡Eres incapaz de respetarnos a nosotros los extraterrestres!
Le mencioné un montón de extraterrestres que respetaba profundamente. Bastante más que a muchos terrícolas.
Se indignó aún más. Me dedicó los peores epítetos. Me salpicó la cara con una asquerosa baba verde.
Entonces comprendí mi error. Lo imperdonable era justo mi respeto por esos otros extraterrestres.

miércoles, 15 de febrero de 2017

Clarendon Hall


Anuncio de festividad judía
[Publicado originalmente en el blog de la Academia de Historia de Cuba en el Exilio]

Por Enrique Del Risco

Al Clarendon Hall lo llamó Martí “el salón de los desterrados y los pobres”. Era natural que no les fuera ajeno este sitio a los cubanos de Nueva York que se contaban casi siempre entre los primeros y no pocas entre los segundos. Situado en 114-116 East 13th Street no lejos de Union Square sirvió lo mismo como escenario de mítines sindicalistas, anarquistas que para celebrar combates de lucha profesional. O incluso llegó a ser el sitio de curiosas demostraciones como el el caso de un médico que estuvo sentado en un sillón durante cuarenta días sin comer para promocionar las virtudes terapéuticas del ayuno. En el caso de los exiliados cubanos de la ciudad primero con el nombre de Masonic Hall y más tarde con el definitivo de Clarendon Hall acogió diversos actos públicos que incluyeron la presencia de figuras como Ramón Leocadio Bonachea, Antonio Maceo o el propio Martí.
Recorte de The Sun
En el caso del general Maceo, llegado a la ciudad el 12 de julio de 1885 para recaudar fondos se convocó a una reunión en dicho salón para el martes 21 del mismo mes. Sin embargo, de acuerdo con el relato del periodista Enrique Trujillo, director de El Avisador Cubano, el cónsul español en Nueva York Miguel Suárez Guanes trató de impedir dicho acto presentando una denuncia ante el
“Fiscal del Distrito Mr. Dorsheimer para que lo suspendiera, como atentatorio á deberes internacionales. El funcionario norteamericano tendría que reírse ante la quijotada del Cónsul, que desconocía el texto de la Constitución que garantiza el derecho de reunión, la libertad de la prensa y la de la palabra. Despechado el Cónsul insistió en nueva denuncia manifestando que aquella era una reunión de negros y que se iba á alterar el orden. El Fiscal pasó el oficio al Alcalde de la ciudad que destacó un pelotón de policías en el local, quienes unidos á los entusiastas cubanos allí reunidos vitorearon á la libertad y á Cuba, dejando así burladas las pretensiones del quijotesco Cónsul”
(He ahí una imagen bastante alejada de aquella difundida por los medios oficiales cubanos en que las autoridades norteamericanas son presentadas como enemigos permanentes de la independencia cubana)
Bastante más dramático había resultado un incidente ocurrido el mes anterior en el mismo salón, que tuvo como protagonista nada menos que al apóstol de la independencia cubana. Dicho drama que constó de dos actos. El primero, ocurrido el día 13 de Junio de 1885 en el propio Clarendon Hall tomó de pretexto una reunión para reconstituir la Junta Directiva de la Asociación Cubana de Socorros. Tal organización había sido presidida por Martí, cargo al que había renunciado tras su famoso desacuerdo con el Plan Gómez –Maceo el añoanterior. El distanciamiento de Martí de dicho plan, por considerar que se estaba conduciendo de manera en exceso autoritaria, había generado continuas maledicencias. Al parecer en dicho acto se comentó que habiéndose apartado del Plan Gómez- Maceo ahora Martí intentaba hacerlo fracasar oponiéndole obstáculos y movilizando gente en su contra. Tales comentarios llegaron a oídos de Martí quien hasta entonces los había sufrido en relativo silencio (a excepción de un famoso incidente en el Tammany Hall con Antonio Zambrano el año anterior). Decidido Martí a acabar de una vez con tales comentarios convocó a una reunión en el mismo donde se le había denostado para dar cuenta de sus acciones. Con tal objeto hizo circular con fecha de 23 una hoja impresa con el siguiente texto:
"A los Cubanos de Nueva York:
No tengo más derecho al dirigirme á los cubanos de Nueva York, que el del más humilde de ellos: amar bien á mi patria. Pero han llegado á mí rumores confusos de que en una reunión en Clarendon Hall, el 13 de este mes, se hicieron respecto á mis actos políticos algunas gestiones equivocadas, debidas sin duda á exceso de celo, ó á desconocimiento involuntario de los hechos á que se referían.
Mis compatriotas son mis dueños. Toda mi vida ha sido empleada y seguirá siéndolo en su bien. Les debo cuenta de todos mis actos, hasta de los más personales : todo hombre está obligado á honrar con su conducta privada, tanto como con la pública, á su patria. En la noche del jueves 25, desde las 7 1/2, estaré en Clarendon Hall para responder á cuantos cargos se sirvan hacerme mis conciudadanos.
José Martí"

Según el propio Enrique Trujillo al comentar aquella reunión “La concurrencia fué bastante regular, encontrándose muchas personas que no acostumbraban ir á reuniones políticas”. Ante la los exiliados allí reunidos el “señor Martí pidió que se le acusara”. En los fragmentos de la transcripción  que se conserva llega a preguntar: “¿Hay aquí alguien a quien yo haya incitado, a pesar de mis opiniones privadas, a que moviese obstáculos? Que se ponga de pie si lo hay”. De acuerdo con Trujillo solo el “señor M. Rico pronunció algunas palabras con tono de censura, pero se le paralizó la lengua y no pudo continuar”.

No obstante la indignación que debió embargar a Martí los fragmentos que han sobrevivido el discurso permiten apreciar un tono firme y al mismo tiempo contenido y profundamente conciliador:

“¿qué cubano mirará como a enemigo a otro cubano? ¿qué cubano permitirá que nadie le humille? ¿qué cubano, que no sea un vil, se gozará de humillar a otro? Aunque yerre un cubano profundamente, aunque toda el alma nos arda en indignación contra su error; aunque sea un traidor verdadero; aunque llegue a hacernos tan abominable su presencia que nos venga a los labios al verlo o al recordarlo la náusea que producen los infames; aunque arremetamos ante él ciegos de ira, como un padre arremete contra el hijo que lo deshonra ¡ay! cáigansenos los brazos antes de herirlo, porque nos herimos a nosotros mismos. Ha podido errar, ha podido errar mucho, pero es cubano. Que siempre esté la puerta abierta, de par en par, para todos los que yerran. Solo la grandeza engendra pueblos: solo los fortifica la clemencia”

Como resulta común en la oratoria martiana su exposición de sus razones políticas se convierte en lección de su idea ética de lo político:

“Quiero que el pueblo de mi tierra no sea como este, una masa ignorante y apasionada, que va donde quieren llevarla, con ruidos que ella no entiende, los que tocan sobre sus pasiones como un pianista toca sobre el teclado. El hombre que halaga las pasiones populares es un vil. El pueblo que abdica del uso de la razón, y que deja que se explote su país, es un pueblo vil”

Y a continuación expone con toda claridad su posición ante el Plan en marcha, una posición que mantendrá hasta su muerte en el campo de batalla:

Recorte de agosto de 1883
“Yo no necesito ganar una batalla para hoy; sino que, al ganarla, desplegar por el aire el estandarte de la victoria de mañana, una victoria sesuda y permanente, que nos haga libres de un tirano, ahora y después. ¿Que dónde estoy? en la revolución; con la revolución. Pero no para perderla, ayudándola a ir por malos caminos”

Concluye Trujillo en su descripción del evento que “La reunión terminó en completa armonía y el señor Martí muy aplaudido”. El propio periodista le escribirá a Antonio Maceo:

“Yo no esperaba otra cosa de su profundo tacto político. Su discurso nos ha dejado satisfechos. No echó a volar ningún concepto que pueda perjudicar la marcha progresiva de la revolución ni presentarnos divididos. Dijo que eran simples detalles lo que lo había alejado de los jefes del movimiento, pero que él estaba y estaría siempre con la patria”

Fue de esta manera que Martí a pesar de haberse distanciado de los dos jefes indiscutibles del exilio como eran Gómez y Maceo consiguió mantener a salvo e incluso elevar su prestigio político dentro de los emigrados cubanos como una figura de una honradez y valor político a toda prueba.
Hay constancia de otros eventos celebrados por cubanos en el Clarendon Hall pero con los años dicha comunidad comenzó a alquilar con mayor frecuencia los auditorios que ofrecían el Chickering Hall, Hardman Hall y el Masonic Temple para sus eventos. El propio edificio desapareció tras un incendio del que daba cuenta la edición del 28 de enero de 1902 de The New York Times.
Estado actual del edificio. Foto del autor.


En su lugar se erigió en 1906 (otras publicaciones dan el 1909 como fecha) el edificio conocido como The American Felt Building. A lo largo de sus 110 años de existencia este ha tenido entre sus habitantes notables a personalidades tan dispares como Abbie Hoffman y Tom Cruise. Hoffman, personaje fundamental del movimiento contracultural de los sesentas y quien fue cofundador del Youth International Party ("Yippies") hacia vivió en un apartamento del último piso.
En 1968 dicho apartamento fue allanado por la policía y Hoffman detenido por posesión ilegal de armas y drogas aunque luego fue absuelto. El conocido actor Tom Cruise fue dueño de un apartamento en el propio edificio entre 1984 y 2013.

sábado, 11 de febrero de 2017

Decadencia y clase

Cuenta Carlos Barral en sus "Memorias" sobre su primer viaje a La Habana en 1963:
"cuando estábamos libres de compromisos con ministros, viceministros y burócratas, Heberto [Padilla] me paseaba por las nuevas instituciones populares, desde asociaciones de escritores y artistas, residencias de becarios, aulas populares y esas cosas que se había inventado la Revolución, pero también con mucha malignidad, malignidad política, por las que testimoniaban el cambio, la apropiación popular. Recuerdo con mucho detalle una visita al que había sido elegantísimo club náutico de La Habana, convertido ahora en un inmundo balneario. El puerto se había transformado en un tómbolo sin dragar y disponía de unas instalaciones sucias y degradadas, que olían insoportablemente a orina y que la roña devoraba. Heberto estaba muy irónico aquella tarde, intentando explicarnos con ejemplos el costo de la reeducación del pueblo. 
[...] La clase revolucionaria era en gran medida una capa intelectual y universitaria que aún tenía fresco el sacrificio de sus antiguos privilegios y que yo creo que en el fondo tenía la sensación de que los había cambiado por otros. Las casadas de Casa de las Américas -como las bautizaría más tarde José Agustín Goytisolo, quien afirmaba querer ser su gato- eran generalmente jóvenes damas de buena familia al servicio de una revolución que presentaban, seguramente sin quererlo, como moderadamente aristocrática"
[...] La clase revolucionaria era en gran medida una capa intelectual y universitaria que aún tenía fresco el sacrificio de sus antiguos privilegios y que yo creo que en el fondo tenía la sensación de que los había cambiado por otros. Las casadas de Casa de las Américas -como las bautizaría más tarde José Agustín Goytisolo, quien afirmaba querer ser su gato- eran generalmente jóvenes damas de buena familia al servicio de una revolución que presentaban, seguramente sin quererlo, como moderadamente aristocrática"

jueves, 9 de febrero de 2017

Prohías, Fidel y los bombines


Caricatura de Antonio Prohías por Rowi

                               A Arístide y Rebeca por la ayuda

Las historias del humor gráfico cubano suelen pasar por alto el incidente. O se refieren a él de manera tan sesgada que parece que se trata de mero mal entendido que el caricaturista Prohías decidió tomarse a la tremenda. En cambio su colega Arístide Pumariega ha sido bastante más claro en entrevistas que le han hecho al respecto:
“En el proceso revolucionario cubano el primero que sufrió la embestida de esa severa intolerancia del triunfante Fidel Castro fue Antonio Prohías, este increíble artista que a fines de la década de 1940 comenzó a trabajar como caricaturista en el periódico El Mundo y entre sus tiras cómicas se encontraba el increíble personaje El Hombre Siniestro, a fines de la década de 1950, era el presidente de la Asociación de Caricaturistas de Cuba. Cuando Castro fue con el primer gabinete de su gobierno a la Sierra Maestra a firmar la Reforma Agraria, Prohías hizo una caricatura que reflejaba al sequito como un grupo de bombines. Eso encolerizó a Castro a tal punto que Prohias debió marcharse a la carrera de Cuba hacia Estados Unidos”
Portada de Zig Zag de febrero de 1959
Hay varias imprecisiones al respecto que vale la pena aclarar: una es que la mencionada caricatura no fue publicó a raíz de la firma de la Ley de Reforma Agraria, ocurrida el 17 de mayo de 1959 sino unos meses antes, el 31 de enero. Y Prohías no se marchó de Cuba “a la carrera” sino quince meses más tarde “el día 1 de mayo de 1960, 3 días antes de que Castro aboliese por completo la libertad de prensa en Cuba”. Imprecisiones aparte Aristide acierta en lo fundamental. El caso de Prohías es, por lo prematuro y visceral, paradigmático en cuanto a la relación establecida entre Fidel Castro con el humor en particular y con la libertad de prensa en general.
Porque no se trató de una mera censura o de la persecución de un caricaturista, sino de establecer las pautas que se seguirían con cualquier discurso levemente crítico o satírico hacia el poder encarnado por el líder. Porque a apenas seis días de la publicación de la caricatura de marras el entonces flamante primer ministro aprovecha un discurso que da ante los trabajadores de la refinería de petróleo Shell para lanzar un ataque en toda regla contra el caricaturista. El propio Castro reconoce que está aprovechando “la circunstancia de que se está trasmitiendo este acto para tocar cuestiones que atañen no solo a los obreros de la Shell sino a todo el país”.
Y al parecer una de las cuestiones que más le escocen es que hay “caricaturas casi continuas que están también llenas de mala intención y de mala fe”. “¡Dios nos libre de querer coartar el humorismo!” exclama para a seguidas pasar a las amenazas no muy veladas:
“yo no creo que nuestros artistas sean tan poco originales, yo no creo que nuestros artistas sean tan poco revolucionarios, que la única manera que tengan de divertir al pueblo sea haciéndole daño al pueblo, que la única manera que tengan de divertir al pueblo sea haciéndole daño a la Revolución, sembrando la intriga y sembrando la insidia contra la Revolución"

Para que no queden dudas y aunque Fidel Castro da una de las primeras muestras de ese estilo desdeñoso en que pocas veces se negaba a mencionar nombres de rivales, sobre todo si actúan a escala local alude a los “bombines” que lo acompañaban en la caricatura de Prohías. Los bombines como un viejo símbolo vernáculo del arribismo y el oportinismo: 
“me pintan a mí rodeado de bombines. Y yo me pregunto: ¿Dónde están los bombines?, porque no tengo ni escolta. Porque todo el mundo me ha visto cómo ando por las calles, todo el mundo me ha visto cómo ando por las calles casi solo a cualquier hora del día y de la noche”.
 Pero si se observa en detalle la caricatura conociendo lo suficiente al personaje con el que lidiamos podría pensarse que el ejército de señores de traje y bombín que lo sigue le molestó menos que la representación de su propia figura. 

Y es que ante las caras recelosas de los barbudos que lo acompañan la figura del propio Fidel aparece representada con un gesto de descuidada altivez que pudo despertar la rabia del representado. Rabia de no verse en estado de alerta máxima, de devoción máxima. De temer incluso que el caricaturista hubiese descubierto su juego: hacerse el desentendido mientras los verdaderos “bombines” del momento, los líderes del partido comunista, iban tomando posiciones en el gobierno a la sombra que constituyó Fidel Castro en el Instituto Nacional de la Reforma Agraria (INRA).
Y entonces comienza el ataque en toda regla:
Los bombines que se los pinten a los que los tengan, que se los denuncien de frente a los que tengan bombines y se digan sus nombres, porque eso es lo cívico en el periodista, eso es lo digno en el periodista, eso es lo valiente en el periodista. Pero que no me pinten más bombines porque yo no ando rodeado de bombines, y conmigo no anda ningún bombín y yo no le he dado a nadie un cargo en el Estado. Es justo que lo aclare, porque si quieren pintar a otros con bombines que pinten al ministro que los tenga, pero que no cometan la vileza, la innobleza y la indecencia de venir a pintárselo al que no tiene porque eso no es honrado y eso no es de artista. Y si tienen tan poca imaginación, si tienen tan poco talento que no se pueden valer más que de la calumnia y de la intriga, que entonces no se llamen artistas, que entonces no escriban, que entonces no pinten; porque el artista debe ser para ayudar al pueblo con su talento, para ayudar al pueblo con la verdad, no con la calumnia y con la intriga.
Fidel no pierde la oportunidad de dar una de esas muestras de desprecio por el poder en que insistía por aquellos días afirmando que “Si creen que soy un dictador, que me lo digan para irme, señores”. Va del chantaje moral (“no importa que nos ataquen con los mismos derechos que hemos conquistado nosotros con tantos sacrificios”), a la amenaza con la destrucción de la imagen pública del acusado, con su ejecución moral: “no se olviden que nosotros también tenemos derecho a defendernos y que nosotros nunca aplicaremos la censura, pero aplicaremos algo que es peor que la censura, que es el anatema moral, la denuncia, la descaracterización ante el pueblo”.
No se trata de obligar al gobierno ejerza la censura sino de que el pueblo sea quien renuncie a leer a los herejes:
“Por lo tanto, el pueblo tiene también que castigar a los intrigantes y a los calumniadores, y la recomendación que yo les hago a los obreros de la Shell es precisamente el boicot […] El boicot que le recomiendo al pueblo es que no les presten ningún favor a los que desde ahora se les están viendo sus intenciones malévolas, sus intenciones cobardes y sus intenciones ruines. ¡Lo que le recomiendo al pueblo es que no los lean!”
Se trata de una pauta repetida luego tantas veces en los actos de repudio o las brigadas de respuesta rápita: ante cualquier manifestación opositora será el pueblo, no el gobierno el que se encargará de tomar la justicia por su mano.
Que el pueblo, que es inteligente; que el pueblo, que es despierto; que el pueblo, que es listo; que el pueblo, que sabe dónde están sus intereses y dónde están los intrigantes y los ruines y los enemigos de la Revolución que usan mil pretextos so capa de libertades —de libertades que debieran hacer un uso digno y patriótico de ellas—, que el pueblo se encargue de saber y de discernir quiénes son aquellos a los que no debe leer. ¡Ese será el castigo!
El gran líder imagina un castigo ejemplar. Que sea el desínteres del pueblo en lugar de la represión del gobierno lo que autoregulelo que circula entre este. O que al menos sea esa la apariencia.
Eso es peor que una censura, porque en la censura se quiere escribir, hay interés en lo que uno va a escribir y no lo dejan escribir. Y esto es peor, porque el individuo escribe, habla, y nadie le hace caso.
El discurso tiene lugar precisamente un viernes, el día anterior de la salida a la calle del semanario Zigzag. El pueblo ha sido debidamente informado del boicot que llevará a cabo justo al día siguiente. Imaginar que Fidel contaba solo con la voluntad popular para ahogar las voces disidentes sería conocerlo muy poco. Conocerlo mejor supone imaginar que el discurso es apenas la indicación de que una operación cuidadosamente coreografiada está en marcha y se prefija la manera en que esta deberá ser representada: como la espontánea reacción del pueblo ante el ataque a su líder. Nada que no hayan practicado antes Stalin o Goebbels.

Sobre los resultados del boicot solo he encontrado esta afirmación de Roger Reed: “Aun sin utilizar la censura convencional, las críticas a la publicación [Zigzag] hicieron disminuir las ventas de manera considerable cuando muchos vendedores de periódicos se negaron a ponerla a la venta”. De ahí podemos inferir que la coreografía más que ser confiada al público lector se ecntró en los canales de distribución. Y surtió efecto. De momento Prohías debió abandonar Zig- Zag. A la semana siguiente del discurso aparecía una nota en la propia publicación referida a una reunion en el hotel Habna Hilton entre la dirección del semanario y Fidel. Pese a la furia y la claridad de los ataques del viernes anterior el primer ministro afirmaría que “sus palabras no iban contra ningún periódico en particular sino que aludían a manifestaciones que se habían expresado de variados modos en diversos órganos y que consideraba su deber rebatir por el bien de la revolución”
Zig Zag Libre en el exilio febrero de 1963 con portada de Silvio

martes, 7 de febrero de 2017

... y Fidel te lo (in)cumplió

Así describía Fidel Castro sus relaciones con el poder el 6 de febrero de 1959:
"Yo no soy el gobierno. Todo el mundo sabe que yo he tratado de inmiscuirme lo menos posible en los problemas del gobierno; todo el mundo sabe el desinterés con que he luchado en esta Revolución; todo el mundo sabe que yo no he estado aspirando a cargos de ninguna clase; todo el mundo debe de saber, además, que los cargos no me importan absolutamente nada, porque un cargo para mí es un sacrificio, jamás un negocio, jamás una vanidad.Si todo el mundo ha observado aquí la conducta de los líderes políticos, debe haber comprendido que mi preocupación es más bien alejarme que inmiscuirme en el poder.  […] Todo el mundo sabe que, lejos de intentar inmiscuirme en las cuestiones del poder, lo que he tratado por convicción y por principio es de alejarme.Me duele cuando en la prensa extranjera se dice “el régimen de Castro”, porque yo no soy ni hombre fuerte, ni dictador, ni soy un mandón, ni estoy dando órdenes aquí.  Y me duele también cuando se me responsabiliza y se me quiere echar la culpa de todos y cada uno de los errores de los demás"
Y entonces el pueblo no le dejó otra salida que mantenerse 47 años en el poder.