martes, 29 de noviembre de 2016

¿Celebraciones para qué?

¿Celebraciones para qué?
“¿Por qué celebrar la muerte de una persona?” se preguntan los que insisten en considerar a Fidel Castro como un ser humano, con sus defectos y virtudes. Y en algo llevarán razón: nunca debería ser más firme nuestra idea de humanidad que frente a ese enemigo común que es la muerte. Pero, ¿qué hacemos con los monstruos que continua y sistemáticamente hicieron todo lo posible por distanciarse de nuestra común idea de humanidad, por destruirla? ¿Qué hacer con los que son negación de todo lo bueno que nos une? ¿Con los más cumplidores representantes de la muerte? Esos que con tal de salirse con la suya no se detienen ante ciertas convenciones mínimas que nos impiden asesinar fría y conscientemente a un amigo, a alguien a quien le debemos la vida o a una decena de niños. En ese sentido, el recién finado Fidel Castro merece integrar con pleno derecho la galería de monstruos que encabezan Hitler, Stalin y Mao aunque sea en el estante menos prominente de los Kim Il Sung, Mussolini, Francisco Franco, Polt Pot, Saddam Hussein o Gaddafi. De otro modo ¿Cómo quedaría nuestra idea de humanidad y de justicia si observamos la misma reacción taciturna a la muerte de un genocida que ante la de un oscuro maestro de escuela?
No puedo hablar por todos pero sospecho nos aferramos a ese festejo rabioso, a esa tan necesaria catarsis a sabiendas que es todo lo que podremos celebrar como cubanos en mucho tiempo. Reconocemos que no es una ocasión especialmente festiva que el causante directo o indirecto de miles de muertes en todo el mundo, de la destrucción de un par de países y millones de familias haya muerto tranquilamente en su cama, sin ser enjuiciado ni pasar más sobresaltos que los que le reservó su marchito cuerpo. Tampoco que falleciera después de que el régimen que engendrara ajustara los detalles que permitirán su supervivencia por unos cuantos años. Porque por mucho que se hable del inicio de una nueva era poco puede preverse más allá que el traspaso del poder dentro de la misma familia que ha controlado el país por casi seis décadas. Los tan comentados cambios seguirán pues al paso milimétrico y receloso que han tenido hasta ahora en un país cuyo funcionamiento está hecho a la medida ruin de un gobierno empeñado en controlarlo todo.
Pero aun así queda algo que celebrar. Sobre todo si se piensa que son pocos los cubanos que recuerden un solo día en que la existencia del finado no inundara cada resquicio de sus vidas, cada instante. Dedicado como estuvo a acumular y conservar más poder que ningún otro ser a este lado del meridiano de Greenwich sus potestades siempre tuvieron un peso abrumador y brutal tanto para los que le oponían cualquier resistencia como para los que lo endiosaban. Por convicción, interés o miedo los maestros, la televisión, la radio, la prensa, la familia, los músicos, los escritores, los artistas insistían en que la Revolución de la que fue alma y guía máximo era lo mejor que le había pasado a aquella tierra. Todo se lo debíamos a él, desde los conocimientos hasta la salud, desde los alimentos hasta las medallas olímpicas. (Nadie intentó decirnos que aquello que el gobierno distribuía parcamente entre nosotros salía del bolsillo de nuestros padres). Su extensa sobrevida tras su recaída física en el 2006 trajo, junto con el grotesco espectáculo de su decrepitud, la sospecha de que nunca moriría. O que su muerte demoraría lo suficiente como para que al producirse no nos importara. Pasaron diez años en los que siguió muriendo gente buena mientras aquel ser de maldad indescriptible se aferraba a la vida como antes se había aferrado al poder. Ha muerto cuando poco o nada incide en los destinos reales del país o en los planes de sucesión familiar y sin embargo su desaparición física no deja de tener un profundo significado simbólico y psicológico. El ente sobrehumano que hizo construir a su imagen y semejanza ha sufrido el tropiezo irrevocable de no ser, además de omnipotente, eterno. De no pasar la prueba máxima de toda pretensión inhumana. (Eso me hace recordar la última escena de “Moloch” la película de Alexander Sokurov en la que Hitler le anuncia a su amante que se dispone a una nueva conquista, la de la muerte. Eva Braun, sin embargo, no se deja impresionar y le responde risueña: “Adi, cómo puedes decir eso? La muerte es la muerte. Nadie puede conquistarla”).
De manera que más que festejar la muerte del tirano de lo que se trata es de la celebración –aliviada- de nuestra propia sobrevivencia. Nuestro modo de comprobar a qué sabe la vida sin aquel que la contaminaba aunque fuera sólo con su aliento. Pero no la celebramos solos. Lo hacemos en nombre de los que no alcanzaron a llegar a ese momento y de los que pensaron que no llegarían y sin embargo lo han conseguido. O de los que en la isla, por precaución o por miedo puro, no se atreven a hacerlo. O incluso de los que en estos días se sienten genuinamente acongojados porque nunca han podido imaginarse la vida más allá de los límites mezquinos que les impusieron al nacer, como mismo muchos esclavos se estremecían de tristeza ante la muerte del amo.  Los que que hoy mismo les prohiben el alcohol, la música y los "buenos días". Visto así no es poco lo que hay que celebrar en nuestra condición de cimarrones sobrevivientes. Ser cimarrones no nos hace buenos pero nos ha hecho libres y parte de nuestra libertad reside en escoger de qué alegrarnos. Sin miedo. Y de paso cumplir con el deber mínimo de recordarle a la humanidad cuánto dolor causó ese que muchos celebran como héroe.
Lo que debería preguntarse el resto de la humanidad no es por qué los exiliados cubanos celebramos la muerte de Fidel Castro sino por qué ella misma no se apresuró a condenar a quien le negaba sistemáticamente a sus compatriotas su libertad, su condición de humanos.

Preguntarse por qué aún hoy sigue sin condenarlo.  

lunes, 28 de noviembre de 2016

Dos noticias

Una mala y una buena. La mala es que la cola es larguísima. La buena es que no están dando nada.



sábado, 26 de noviembre de 2016

Desmentido de Fidel Castro

Fidel Castro desmiente rotundamente los rumores sobre su inmortalidad demostrando una vez más cuan equivocados estábamos con él. Los dejo con el cuento "Epílogo" con el que cierro "Leve historia de Cuba" en alusión al esperado evento.                                                           

EPÍLOGO

Pese a que en la eternidad a nadie le importan los días de la semana, un inconfundible espíritu dominical envuelve hoy a la Gloria y sus alrededores. Un palpable entusiasmo multiplica gestos y palabras. En un día como éste, héroes viejos y nuevos se igualan en febrilidad. Héroes de todas las guerras, de la pluma, de la palabra o del trabajo. Ahí vemos al general Flor Crombet, pañuelo en mano, pulir sus galones y ajustarse su filipina de manera que se vea bien el orificio que abrió la bala fatal y que en todos estos años no ha querido zurcir. Cerca de él, el León de Oriente conserva aún firme el pulso para pintarse una cana sí y otra no y aplacar aunque sea en algo los embates de la edad. O el viejo Quintín que contempla la herrumbre de su machete mientras dice al que lo quiera oír que no hay nada mejor contra el óxido que el lomo de un español o de un cubano traidor, lo mismo da. “Por favor, general, guárdese el machete, que Él está al llegar y no quiero un incidente desagradable”, dice Consuelo, la maestra de ceremonias. Y hay que comprenderla porque en el que quizás sea el día más trascendental de toda la Gloria, ella carga con no poca responsabilidad. Se trata nada menos que del recibimiento al Superhéroe. De sólo pensarlo, a Consuelo se le eriza su larga espalda. ¡Es tanta la grandeza del Superhéroe y tantos los detalles que debe atender! Y si algo ella tiene claro es que la grandeza es una cuestión de detalles.
Detalles a resolver se sobran. El evidente logro que representó la admisión sin distingos de toda clase de héroes ha traído ciertos inconvenientes. La superpoblación ha dificultado el mantenimiento de la Gloria y hay que reconocer ciertas señales de decaimiento. Las paredes se sostienen de milagro, los hermosos árboles de antaño son ahora postes secos clavados en la tierra,  los ángeles apenas pueden levantar vuelo y las nubes, desinfladas, son usadas como alfombras. Pero de algo le tiene que servir a la maestra de ceremonias su experiencia en vida como empleada de la mejor tienda del país antes que un sabotaje la quemara. Con limpieza, pintura e iluminación discreta se puede decir que el Walhalla criollo está presentable. Por suerte se ha podido contar con el apoyo casi unánime de los héroes, sobrecogidos como están ante la jerarquía heroica del futuro huésped.
Sí, casi todos han sabido ver en aquel Elegido la versión suprema del heroísmo. Acá ¿quién puede comparársele? ¿Qué son quince años dando machete -cifra máxima acumulada por los más brillantes paladines aquí reunidos- al lado de sus 100 años de  lucha? Y aún en esos quince años en que un Maceo o un Quintín Banderas ejercitaron su muñeca, siempre hubo tiempo para el baile, el sueño, las mujeres o el ron. Ahora le remuerde a Quintín todas las horas perdidas en templeta y bebesón y en esos sueños llenos de mujeres y música o aquella visión rara que tenía aún despierto en que una niña, una blanquita, le trae una jícara con agua porque él siente mucha sed y al final siempre termina derramándola toda en su cara. Frente al Superhéroe, todo eso parece tiempo perdido porque ese Mimado del Destino siempre supo convertir cada instante en combate contra el enemigo, las fuerzas del mal o la adversidad. No es que se pasara todo el día tirando tiros o descuartizando adversarios. En 100 años, por supuesto que ha tenido que hacer de todo, pero nunca se limitó a la hazaña evidente. En cada detalle, por trivial que pareciera, invariablemente logró  hallar una fuerza adversa a la que derrotar. Mientras un tipo cualquiera se conformaría con masticar, por ejemplo, un trozo de bistec, Él restauraba energías para la lucha. Cuando ese mismo tipo se cepillara los dientes, el Superhéroe en cambio le estaba dando decisiva batalla a las caries, y así con todo. Contra alguien de esa estirpe definitivamente no se puede, porque mientras más relajado tú lo ves y piensas que lo puedes coger desprevenido, ¡ZAS! destruye a sus oponentes porque así son los Superhéroes: seres entregados perpetuamente a la lucha. Eso facilita la labor de la maestra de ceremonias, pues a ningún héroe le ofende recoger una hojita seca o un papel del piso o remendar cualquier detalle en el que el Superhéroe pueda ver un intento de agresión.
De esta suerte ha podido higienizar la Gloria y mejorar su presencia. Una restauración a fondo puede esperar incluso a que el mismísimo Elegido la dirija. Ahora el problema son los abastecimientos. Desde que las matas de mango se secaron, las frutas son una añoranza de tantas que pueblan el glorioso recinto. Maceo mismo sacrificó su yegua (blanca por supuesto) para el banquete de recibimiento pero luego se supo que el Superhéroe es alérgico a la carne de caballo. Hay que ir a las afueras de la Gloria a convencer a esos muertos que pululan por sus alrededores de que contribuyan a los festejos del recibimiento. Cuando Consuelo se enteró de que las butifarras eran el manjar predilecto del Superhéroe, decidió que había que comprar un buen lote a toda costa. Pero para eso hace falta gente responsable. No hace mucho que envió a Hiliodomiro del Sol, presidente de la Gloria por muchos años, junto a su amigo escritor, para que le compraran butifarras al Congo. ¿Y que pasó? Todavía los está esperando. Ante cosas así hay que ser cada día más cuidadosos.
Ahora mismo, Juan Candela, alguien de poco fiar, se está ofreciendo con demasiada insistencia para mercadear con los de afuera pero, por supuesto que no va a ser tan tonta. La maestra de ceremonias tiene una idea mejor. Irá ella misma porque al fin y al cabo bastantes muestras de confianza ha dado evitando caer en tentaciones baratas. Ella, que pudo huir de la tienda en la que trabajaba cuando el incendio se reducía al departamento de perfumes, hizo todo lo posible por apagarlo. Cierto que, después de muerta, lenguas infames intentaron hacerla cómplice del sabotaje, pero al final la verdad se impuso y pudo acceder a la Gloria. Claro que ahora puede ausentarse y dejar el control del perímetro inmortal en manos de los guardaespaldas del Superhéroe. Sólo Alguien así puede tener tal previsión. Con esa prudencia que lo multiplica, tomó la precaución, ahora que está próximo a morir, de fusilar a la mitad de su escolta para que fuera tomando posiciones en el recinto glorial y ahorrarse cualquier tipo de sorpresas. Cuando el Padre de la Patria se enteró del hecho lanzó un suspiro y exclamó “A un tipo así no lo madruga nadie”, posiblemente recordando su propia deposición.
Consuelo da las últimas instrucciones antes de salir. Advierte a los escoltas de los provocadores vuelos de una especie de velocípedo aéreo puesto en acción por un irresponsable de los alrededores. Luego pasa revista a los músicos, apremia la colocación de los altavoces y le pregunta al indio Hatuey, decano de los héroes, si tiene alguna duda sobre el texto que le dio a leer. Ya va llegando a la puerta cuando se vuelve para recordarle a Alipio, el héroe del trabajo, que pase lista cada media hora. Ahora sí parece que va a salir. Le muestra su identificación al viejo portero al tiempo que le pregunta si ya sabe qué tiene que hacer cuando el Superhéroe llegue. Éste le responde que sí, que se ve muy linda. Sale.
Muertos van, muertos vienen, desesperados por llegar a tiempo a ninguna parte. Da lástima tanta muerte desperdiciada en gente que no supo empeñarse en algo grande o se rindieron antes de tiempo. Ahora míralos ahí, los pobres, en lo mismo de siempre. Pero acá no es como allá adentro, acá hay de todo y Consuelo se incrusta la cartera contra el pecho y tensa las nalgas, presta a detectar cualquier exceso de confianza.
La maestra de ceremonias no se detiene ante nada. Directo a lo suyo, que es otra forma de decir lo de todos, logra abrirse camino hasta la tienda del Congo. Ésa, como todas las de por aquí, fue construida con materiales que alguna vez se pensaron destinar a la ampliación de la Gloria. Ya va a pedir las butifarras pero su brazo no se mueve como ella desearía. Se lo está sacudiendo una mulata gruesa y ronca que en nombre del pueblo le exige que busque su lugar en la cola y espere su turno. Consuelo se acuerda de su pecho y de la cartera y de allí extrae un trozo de cartulina que inmoviliza a la mulata.  Libre el brazo se encara con el Congo que se está sacando el pulgar de la nariz para restregárselo en el delantal. El Congo le pregunta qué desea mientras espanta las moscas con un periódico enrrollado. Si Consuelo pudiera verlo extendido sabría que se trata del Diario de la Marina que anunciaba la caída de Machado, pero ella ahora reclama toda la butifarra que haya en existencia. Tensión. El Congo habla de cantidades limitadas y de la necesidad de que todos alcancen al menos un trozo de butifarra como ustedes ordenaron. Consuelo vuelve a apelar a su cartoncito mágico hasta lograr arrancarle 15 libras que el vendedor envuelve en el periódico de agosto de 1933. Hace un mohín que bien pudiera deberse a la falta de higiene y le paga con bonos a falta de efectivo. Los bonos tienen escrito: “La patria os contempla orgullosa” y un número 10 en cada extremo. A su espalda chilla un coro de mujeres encabezadas por la mulata. “Mujeres, mujeres, mujeres”. Consuelo se alegra de que en la Gloria haya tan pocas aunque quizás ésa sea la causa de las deserciones. Algún traidorzuelo ha descubierto intentando confundirse con la multitud que ahora, conducida por los altavoces, intenta encontrar su lugar para recibir al Superhéroe. El Superhéroe seguramente los perdonará. Ella no. No puede entender a gentes que a minutos de Su llegada todavía discuten si es mejor el Chevrolet del 57 o el del 58. Ni a esos rusos que insisten en venderle latas de carne o ese enano y sus pastillas para los nervios. Si al menos aceptasen cobrar en bonos...
Parece que alguien te reconoce y brinca y levanta las manos y ahora quiere abrirse paso hasta ti. Un desertor nunca haría eso. Seguro se trata de alguien de la familia. Chichi puede ser, o Fito el sobrino que se ahogó en Boca Ciega. Piensa salir a su encuentro pero recula. Seguro querrá que se quede un rato con la familia y ella no tiene tiempo que perder. Un pellizco en la nalga la pone a girar pero entre tantos cuerpos no logra descubrir los dedos culpables de un tipo sableado hace cuatro siglos en Bayamo por cuestiones de faldas. Ahora siente que la tocan por el brazo y entonces puede descargar su furia en el atrevido. Éste se declara inocente del pellizco. Él sabe que ella viene de la Gloria y dice que también estaría allí si no fuese porque aquel día se apartó un poco para cagar y ahí mismo se quedó dormido. La columna reinició su marcha y el enemigo lo sorprendió. Luego lo dieron por desertor. Que, por favor, interceda allá dentro que lo que es aquí no puede seguir. “Para esta gente el recibimiento del Superhéroe no es más que un pretexto para seguir su cumbancha”. Consuelo  mira a su alrededor, le pide sólo un poco de paciencia. En cuanto el Superhéroe llegue pondrá las cosas en orden y todo será como debe ser. Consuelo no puede añadir nada más porque acaba de oír el “¡Ya viene, ya viene!” (como si les importara mucho) y sale corriendo para la Gloria con las butifarras bajo el brazo derecho y el cartoncito mágico en la otra mano.
Dentro de la Gloria, Alipio, discreto, la recibe con la peor de las noticias: Martí y el Bobo han desertado. Al principio pensó en cualquier posibilidad hasta que tuvo que afrontar los hechos. Los traidores - y disculpe que así hable pero no hallo otro calificativo- aprovechando su levedad post-mortem se descolgaron por una cadeneta de papel de las usadas en la decoración de la Gloria. Algo hay que hacer porque Consuelo está segura de que, nada más entrar, el Superhéroe preguntará por el Apóstol. El jefe de los escoltas se ofrece para su búsqueda y captura. De contar con el apoyo aéreo de los ángeles, la localización sería inmediata. Pero Consuelo prefiere otra salida. Ya. La solución es Lino Recio, Rey de la décima campesina, Maestro de repentistas. Por su  parecido físico con Martí -aunque en verdad le saca más de medio pie de alto- será el encargado de suplirlo. Éste, al principio, no entiende bien de qué se trata y pide que le den un pie forzado para la décima sobre el Apóstol, hasta que se le convence de que, con encorvarse un poco, dar la mano y decir algo como “Patria es humanidad” es suficiente por ahora.
Superado el percance Consuelo va a ver al decano de los héroes. El indígena, de no muy buena gana, está ensayando la lectura del pequeño discurso de recibimiento. Quien primero hiciera resistencia a la conquista española es un caso especialísimo. Condenado a morir en la hoguera, rechazó un bautizo de última hora para no tener que seguir viendo españoles en el paraíso. Desde entonces su alma estuvo vagando hasta la inauguración de la Gloria cubana, de la que consintió ser su primer inquilino. Acá ha tenido que aprender la lengua que presidió su suplicio y ser testigo de cuanto suceso haya ocurrido en el recinto glorial. Tantos recuerdos quizás expliquen su eterna sonrisa. Ahora tiene que darle la bienvenida al Superhéroe en lengua prestada, a pesar de que piensa que en aruaco sonaría mejor. La maestra de ceremonias termina consintiendo en reducir el texto a lo imprescindible. La deferencia de Consuelo tiene, como casi siempre ocurre, motivos muy íntimos. Son dos destinos marcados por el fuego. De suplicio o de sabotaje, el fuego siempre es el mismo aunque Consuelo no soporta la idea de que el fuego que los recorrió a ambos pueda compararse con el que han utilizado para darse muerte todas esas negras que se amontonan allá afuera.
Y ahora ¿qué falta? Ya cada cual está en su lugar. Los héroes forman en dos hileras frente  a frente, un largo pasillo, ubicados en estricto orden de importancia. Al fondo del corredor de héroes, Hatuey, y a su lado, un encogido Lino Recio en sus funciones de Apóstol. Más atrás, letras blancas sobre fondo rojo componen una sencilla pero contundente frase sobre la inmortalidad, atribuida -la frase- al Superhéroe. A la derecha de la entrada, a falta de banda militar, el Septeto Nacional con el refuerzo del trío Matamoros -rebautizados extraoficialmente como “Los Diez Negritos”- están listos para ejecutar la marcha favorita del que todos esperan.
¿Qué falta? Pues que la maestra de ceremonias, tan ocupada por los demás, se ponga algo presentable. Ni pensar en la ropa que usaba al morir, pues el fuego dejó bien poco para cubrir su extenso cuerpo. Desesperada, busca a su alrededor, hasta que se detiene en la enseña nacional. Sin pensarlo mucho, Consuelo se envuelve en ella. Luego se ajusta un pliegue allí y en el pecho rectifica la posición de la estrella, hasta que en un inspirado rapto deja al descubierto el seno derecho y  toma prestado el gorro frigio al escudo que preside el salón. Ya puedes venir cuando quieras.
Treinta horas después, en la Gloria se empiezan a inquietar. Ya el asado de yegua de Maceo comienza  a oler mal. El general Quintín manotea en el aire y le grita a la nada que acabe de darle agua. Explica el jefe de los escoltas que el Superhéroe es así de impredecible, siempre cambiando de horarios para despistar al enemigo, lo que recibe un gruñido de aprobación del Padre de la Patria. En los días siguientes, el entusiasmo empieza a decaer y a la semana exacta de espera parece inminente el desplome de los reunidos. Consuelo hace un llamado a la cordura y pide un último esfuerzo. De momento permite que los músicos toquen algo movido para levantar el ánimo. El viejo Quintín quiere sacarla a bailar pero ella prefiere sentarse un rato. Así está hasta que oye unos discretos golpes que vienen de la entrada. A duras penas logra recomponer las filas y luego de ordenar silencio, hace abrir la puerta.
No es el Superhéroe quien hace su entrada sino un calvo de ojos hundidos y ajada cara de niño bueno, que sin decir nada le entrega a la maestra de ceremonias un sobre. De éste saca estremecida una carta del mismísimo Superhéroe. Con letra vibrante se disculpa y anuncia que de momento le ha ganado una batalla más a la muerte, por lo que piensa emplear el tiempo que le reste entre los vivos –“digamos, unos 20 años”- en llevar a cabo algunos proyectos que tiene en mente. Luego con mucho gusto les hará compañía. Silencio profundísimo acompaña la lectura en alta voz, sólo tronchado por la exclamación de “¡Veinte años!” que los más impacientes dejan escapar. Consuelo, por instinto, mira hacia Hatuey pero éste se limita a sonreír. Para el indígena eso no es cosa nueva. Ahora recuerda los casos de Matías Pérez y Camilo Cienfuegos. Lo mismo cuando se perdió el globo que el avión, se les preparó acá una regia acogida y al final no aparecieron ni siquiera en la Gloria. En cambio, los demás no reparan en la sonrisa de Hatuey. En ese momento todas las miradas se concentran en Don Miguel Matamoros quien niega con la cabeza varias veces hasta que finalmente suspira y dice que sí, que va a tocar “Lágrimas Negras”.

Ya empieza con el aunquetumeasechadoenelabandono. Unos hacen coro, otros intentan bailar con alguna de las escasas heroínas o incluso entre sí. Los más van hacia las hamacas arrastrando sus viejos pies, pero en todos logra ver Consuelo la irreductible confianza de que algún día llegará Aquel que los redima definitivamente de tanta eternidad y hasta cure al General Quintín Banderas de su infinita sed. 

martes, 22 de noviembre de 2016

Cirilo Villaverde en Nueva York (II)

El escritor en movimiento
Luego de su estancia en el número 59 Oeste de la calle 24 de Manhattan los directorios anuales de la ciudad recogen diferentes direcciones como residencia de Cirilo Villaverde hasta su muerte, ocurrida en 1894: 136th Alexander Avenue en el Bronx (1875-1877), y en Manhattan 42 E. 126th Street (1882-1883), 39 W. 24th Street (1883-1884) o el 1730 Broadway (desde 1890 hasta su muerte).

Una imprenta masónica
No obstante de todos los sitios asociados a la extensa presencia de Cirilo Villaverde en Nueva York ninguno más relevante que el marcado con el número 4 de la calle Cedar. Allí radicó durante décadas la imprenta El Espejo, la misma que publicaría en 1882 la versión completa y definitiva de “Cecilia Valdés”. Si bien acogida al principio con cierta reserva ya al año siguiente la novela recibiría elogios de Benito Pérez Galdós y en 1885 sería aclamada por Manuel de la Cruz como "obra maestra en el género" que "señala el máximo perfeccionamiento que hasta ahora ha alcanzado nuestra literatura". El novelista Ramón Meza haría notar el extraño mérito de conseguir reproducir con tal intensidad la sociedad cubana de 1830 a tanta distancia espacial y temporal:



"Nadie al recorrer muchas de las mejores páginas de esta obra magistral pudiera sospechar que se escribieran en lugar apartado, en medio distinto y extraño, después de dilatados años de ausencia. Hay tanta frescura en el trazado de los paisajes de la naturaleza cubana que en el libro abundan, hay tanta verdad, tanta realidad, hasta en los más nimios detalles de esta obra vasta y complicada, que no pudiera creerse que fuera escrita al calor de los recuerdos sino con la observación inmediata, directa, de un original que está a la mano y por tanto se ve, se toca"


La imprenta El Espejo estaba dedicada a imprimir una publicación periódica en español del mismo nombre “filled with advertisements for U.S.-made export products. Locomotives, wheelbarrows and pianos were the standard fare in the columns of El Espejo” (Lazo. 172). 



La publicación salió por primera vez a la luz como “El Espejo Masónico” a fines de 1865. Su director era André Cassard un destacado masón santiaguero de origen francés quien a su vez había sido el “fundador de los altos cuerpos del Rito Escocés de la masonería regular cubana” (Torres Cuevas, 108). 
Tiempo más tarde “como [la revista] ya no podía dedicarse al asunto especial de la Masonería, [Cassard] le quitó el adjetivo del título con que lo principió, dejándole solo el de El Espejo, que es en el día [1873] el periódico más grande y más hermoso de cuantos se publican en castellano [en Nueva York]” (Hyneman. XII). Interrumpida su publicación en 1869 por enfermedad de su dueño y director “El Espejo” no volvió a salir a la luz hasta noviembre de 1872.

"Trabajo por una bicoca"
Hacia 1874 Cirilo Villaverde entra a trabajar en la redacción de El Espejo que primero estuvo radicada en el 67-69 William Street y más tarde en su dirección definitiva del número 4 de Cedar Street. “Escribo a V. en la oficina del Espejo donde hace algunos meses que trabajo por una bicoca” (Cairo. 132) le cuenta a su amigo José “Pepe” Gabriel del Castillo y Azcárate (1824-1910) en una carta del 23 de junio de 1874. Allí trabajará Cirilo Villaverde hasta inicios de la década de 1890. Primero estuvo a las órdenes del susodicho Cassard hasta que en el otoño de 1881 El Espejo formalmente pasa a manos de Narciso Villaverde, primogénito del novelista.  
Negocios que no marchan bien
Pese a su carácter “puramente económico y mercantil” que le impedía “reproducir nada literario o novelesco” El Espejo no parece haber sido un negocio muy próspero. Mientras Villaverde insiste en sus cartas que de El Espejo es “de donde yo saco con qué sostener la familia” los informes de la firma R. G. Dun & Co., dedicada a investigar la rentabilidad empresarial dan una imagen más bien desesperada de su estado económico: muy escasas ganancias, sin nadie que les concediera crédito y teniendo que pagar al contado todas sus transacciones. 

Esquina de la calle Cedar correspondientes a los números 2 y 4 poco antes de ser demolido para ceder paso a la construcción de City Services Building

De acuerdo con los informes de esta compañía (de cuyo acceso le agradezco la gentileza al historiador Alberto Rafael de la Cova) al ser traspasada de Cassard a Narciso Villaverde El Espejo ya se encontraba en serias dificultades. Hacia 1888 la propiedad pasa de manos de Narciso Villaverde -que había aceptado un puesto en otra casa editorial- a su hermano Enrique recién alcanzada la mayoría de edad. A juzgar por el informe de R. G. Dun & Co. del 31 de enero de 1891 el cambio de propietario no mejoró la suerte económica de la empresa:
“El padre de Enrique Villaverde [Cirilo Villaverde], quien en la ausencia de este se encarga de los negocios nos dice que su hijo es todavía el propietario pero ha estado enfermo por varias semanas. En consecuencia el número de enero del periódico todavía no ha sido publicado pero saldrá en poco tiempo. Admite que no se ha hecho mucho dinero durante el pasado año pero dice que su hijo no tiene excepto por moderadas facturas a corto plazo. Hasta donde puedo determinar aquí eso es cierto. Personas que le han vendido a Villaverde nos dicen que los pagos han sido satisfactorios y aunque lo creen honesto no piensan que el periódico rinda más que ganancias moderadas”(“The father of Enrique Villaverde, who in the latter's absence looks after the business, tells us that his son is still proprietor, but has been ill for several weeks. In consequence the January number of the paper has not yet been issued, but will be out in a short time. Admits that not much money has been made during the past year but says that his son has no debts except for moderate short time bills. As far as can be ascertained here this is true. Parties who have sold Villaverde tell us that payments have been satisfactory and although they believe him honest, they do not think that the paper is yielding more than a moderate income”). 
Así fue hasta que la “empresa cerró después de que el cubano A.R. Govín ganara un acuerdo judicial contra esta por $1,726” (de la Cova) el 14 de octubre de 1897.
Certificado de defunción de Cirilo Villaverde (tomado de http://www.latinamericanstudies.org/)
El extraño silencio del Apóstol
Cirilo Villaverde no llegó a presenciar el final de la empresa a la que había dedicado sus últimas dos décadas de vida: el 23 de octubre de 1894 moría en Nueva York a los 82 años de edad. En un famoso panegírico que le dedicara José Martí días más tarde lo llama "patriota entero y escritor útil [...] que dio a Cuba su sangre, nunca arrepentida, y una inolvidable novela". Y supone que debe haber muerto  "con el inefable gozo de no hallar en su conciencia, a la hora de la claridad, el remordimiento de haber ayudado, con la mentira de la palabra ni el delito del acto, a perpetuar en su país el régimen inextinguible que lo degrada y ahoga". Llama la atención, no obstante que esa mención, póstuma, fuera la única que Martí publicara sobre un compatriota con el que compartía ideales y exilio y cuyas oficinas estaban separadas por apenas unos pocos centenares de metros.


El último desafío
En lo que parece su último desafío al dominio español sobre su tierra natal su esposa Emilia Casanova lo hizo embalsamar y enviar a La Habana para ser enterrado en la Necrópolis Cristóbal Colón donde se congregaron los admiradores que tenía en la capital de la isla. Emilia no lo sobreviviría mucho más de dos años muriendo en la propia ciudad el 4 de marzo de 1897 siendo enterrada en el cementerio de St. Raymond en el Bronx. Sus restos serían trasladados a Cuba medio siglo después, en 1947.


Desaparece una casa
La propia dirección de 4 Cedar Street desapareció décadas después de la muerte de Villaverde cuando en la manzana en que se hallaba fue construido entre los años 1931 y 1932 un edificio art deco de 67 pisos conocido en principio como City Services Building, luego como American International Building y actualmente por la dirección 70 Pine Street.
Vista actual del edificio por el costado que debe haber ocupado la fachada de 4 Cedar Street




Bibliografía


Cairo Ballester, Ana. [compiladora] Letras. Cultura en Cuba. Volumen 4. La Habana: Editorial Pueblo y Educación, 1987

Cova, de la, Antonio Rafael. Review of Lazo, Rodrigo, Writing to Cuba: Filibustering and Cuban Exiles in the United States. H-LatAm, H-Net Reviews. October, 2005.

Hyneman, Leon. Cincuenta años de la vida de Andrés Cassard. Nueva York: George L. Lockwood, 819 Broadway, 1873.

Lazo, Rodrigo. Writing to Cuba. Filibustering and Cuban Exiles in the United States. The University of North Caolina Press, 2005.

Torres Cuevas, E. Historia de la masonería cubana Seis ensayos. Segunda Edición. La Habana : Ediciones Imagen Contemporánea, 2005.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Se entiende pero...

Se entiende que parte de la disidencia cubana, con tan poco que celebrar en los últimos años, le dé por jalear la victoria electoral de Trump. Lo entendería todavía más si festejasen la victoria de los Cubs de Chicago en la Serie Mundial tras 108 años sin pasar por esa experiencia. Los Cubs al menos no han dado exhibiciones de homofobia, de racismo, de machismo o de desprecio por el sentido común. Los Cubs tampoco amenazan con sacar de sus cabales a la democracia más antigua del planeta ya sea despreciando a la prensa o a los buenos modales. Por mucho que quiera a mi país, por mucho que me desespere su sometimiento no puedo ver con buenos ojos que al agitar los impulsos xenofóbicos que anidan en cualquier sociedad los Estados Unidos dejen de ser lo que fueron incluso mucho antes de su fundación: la patria de los que no la tienen. Espero que la frustración de nuestra disidencia ante las continuas palizas que reciben (palizas que no se interrumpieron durante la visita del anterior presidente, palizas que ellos perciben –como nadie podría discutirle- estimuladas por administración saliente) no les haga olvidar una verdad elemental: que los Estados Unidos como lugar de refugio es el plan B de toda la humanidad si las cosas no salen bien en sus países respectivos. Y que si por alguna razón no se verifica el porvenir por el que opositores y disidentes luchan cada día nuestros infatigables balseros seguirán necesitando de un sitio al cual dirigirse.   

sábado, 19 de noviembre de 2016

El arzobispo y los derechos humanos

Cuando el arzobispo de La Habana por fin habla de violaciones de derechos humanos en Cuba... se refiere a los abortos.
”El aborto es la primera violación de los derechos humanos. Si mi mamá se hubiera hecho el aborto de mí, no estaría aquí. Lo puede afirmar cualquier ser humano viviente. Imaginemos que todos los niños tienen a su papá y mamá juntos. Viven juntos, comen juntos, conversan juntos, discuten juntos, juegan juntos, pasean juntos. Imaginemos a toda Cuba así. Un pueblo feliz. Intentémoslo y muchos problemas se solucionarán”
Eso dice el arzobispo.
(Así que ya saben los disidentes: si quieren que la Iglesia los defienda conviértanse en fetos).

Cirilo Villaverde en Nueva York (I)

Poco se discute el sitio privilegiado que ocupa Cecilia Valdés en la novelística cubana del siglo XIX. O incluso en la conformación del imaginario nacional cubano. Bastante menos conocido es que su autor, Cirilo Villaverde (1812- 1894) viviera la mayor parte de su vida adulta (de 1849 a 1858 primero y luego de 1860 hasta su muerte en 1894) en los Estados Unidos y que su obra cumbre fuera publicada en Nueva York ciudad en la que vivió la mayor parte de su vida adulta. Tras participar en el movimiento conspirativo dirigido en la isla por el general venezolano Narciso López fue detenido y condenado “a 10 años de presidio y en revista, a muerte en garrote vil”. El 31 de marzo de 1849 se fuga de la prisión en compañía de otro preso y un guardián de la cárcel al que había sobornado y se embarca hacia los Estados Unidos “oculto en la bodega de una goleta costera” (Calcagno, F. 689). Al llegar a Nueva York se incorporaría de inmediato al movimiento que por aquellos días organizaba Narciso López para arrancar la isla de Cuba del dominio español con la intención declarada de anexarla a los Estados Unidos. Villaverde como secretario personal de Narciso López asistiría al complejo proceso conspirativo que llevó a las sucesivas y fallidas expediciones que el general venezolano llevaría a Cuba y a la creación de los emblemas que terminarían siendo los del futuro estado nacional: el escudo y la bandera cubanos.
Aparte de diferentes estancias en Nueva Orleans entre 1850 y 1854 y su estancia entre 1854 y 1855 en Filadelfia (ciudad en la que conocería a Emilia Casanova y se casaría con ella) Villaverde desarrolló casi toda su vida norteamericana en Nueva York. Allí nacerían dos de sus hijos, participaría en la redacción de publicaciones como La Verdad (1852-1854) La América de 1861 a 1862 y La Ilustración Americana de 1865 a 1869 y junto a su esposa fundaría colegios en Oak Point, Bronx, NY y Weehawken, NJ, proyectos que aparentemente tuvieron poca duración. 
Al estallar la gesta independentista de 1868 desarrollaría junto a su esposa una intensa campaña de apoyo a la insurrección independentista de 1868. Emilia Casanova, nacida en la ciudad de Cárdenas había llegado a presenciar el desembarco en dicha ciudad de Narciso López y desde entonces había estado consagrada a la causa de la independencia del yugo español. La revolución de Yara de 1868 hizo de Emilia una de las figuras más visibles del exilio cubano al punto que la prensa integrista la convirtió en blanco predilecto de sus ataques. 
Hija del inmigrante canario Inocencio Casanova, que a través de diversas empresas y propiedades en la ciudad de Cárdenas llegaría a ser uno de los hombres más ricos de Cuba Villaverde Emilia Casanova puso su fortuna a disposición de la causa independentista. Durante un tiempo ella y su esposo vivieron con su padre en el Bronx en el llamado Castello Casanova, una de las residencias particulares más impresionantes del país. De aquella residencia se dice que durante la guerra del 68 se almacenaron armas para la contienda independentista y desde la que partieron envíos de armas hacia Cuba. “Senor Casanova’s mansion became a secret cache for Cuban arms to be used in a revolution, and local lore tells of mysterious ships that ventured up the creek on moonless nights, with cautiously sounding the channel” (McNamara. 29).
La calle 24 vista desde la sexta avenida hacia 1930
Hacia 1872 Emilia y Cirilo se mudaron al número 59 Oeste de la calle 24 de Manhattan, sitio que se transformaría en centro del exilio político cubano en la ciudad de Nueva York en aquellos años. Cuando en octubre de 1873 las autoridades españolas capturaron el barco expedicionario Virginius y comenzaron a ejecutar a sus tripulantes un periodista de The New York Times acudió a dicha dirección para conocer las reacciones de Villaverde, de Emilia Casanova y del resto de los concurrentes. “La residencia del señor Villaverde estuvo abarrotada a lo largo del día de ayer. Entre los presentes se encontraba un capitán que había participado en tres expediciones a la isla y que dijo estar preparado para partir en otra expedición en cualquier momento y un gran número de hombres, tanto cubanos como ciudadanos norteamericanos dijeron estar listos y ansiosos para incorporarse como voluntarios a la causa. La señora Villaverde y su esposo conocían a la mayoría de las víctimas de la expedición del Virginius personalmente y contribuyeron grandemente a la preparación de esa y de otras expediciones previas”.
Recorte correspondiente al 15 de noviembre de 1873

Vista actual de la calle 24 vista desde la 6ta avenida

Bibliografía

Calcagno, Francisco. Diccionario biográfico cubano, N. Ponce de León-D.E.F. Casona, New York-La Habana, 1878-1886.

McNamara, John. McNamara's Old BronxBronx, N.Y. : Bronx County Historical Society; 1989

viernes, 18 de noviembre de 2016

Hoy en McNally & Jackson


Hoy en la librería McNally & Jackson (52 Prince Street, NY, NY) Sudaquia Editores, editorial en español radicada en Nueva York celebra sus primeros cinco añitos de existencia. Están invitados a asistir a partir de las 7:15 pm.
Estarán presentes los autores de la editorial Raquel Abend van Dalen, Gonzalo Baeza, Isaac Goldemberg, Keila Vall de la Ville, Kianny N. Antigua, Jorge Aristizábal, Alberto Valdivia, María Ángeles Octavio, Alexis Romay, Mayte López, Juan Luis Landaeta, Enrique Del Risco y Alexis Iparraguirre.


jueves, 17 de noviembre de 2016

La América. Revista de Agricultura, Industria y Comercio

Tomado del blog de la Academia de Historia de Cuba en el Exilio

Por Enrique Del Risco

La importancia intelectual y política de la emigración cubana de Nueva York en el siglo XIX no es asunto casual. Al fin y al cabo la ciudad era el primer destino de las exportaciones cubanas (principalmente de azúcar) hacia mediados de siglo. Debe recordarse que en 1818 la burguesía, azucarera cubana gracias a la habilidad política de Francisco Arango y Parreño, logró que España aprobara el decreto que permitía el comercio directo de la isla con cualquier otra nación, una posibilidad negada por siglos al resto de las colonias españolas en América, entonces en pleno proceso independentista.  
El decreto de 1818, si bien consiguió apartar durante un tiempo a los hacendados cubanos de la tentación independentista convirtió muy pronto a los Estados Unidos en el principal socio comercial de la isla. En dicho intercambio comercial la nación norteña desplazó a la propia metrópoli que ni estaba en condiciones de absorber lo que Cuba producía ni de proveerla con los productos y la tecnología que su progresiva industrialización demandaba. Como complemento a este proceso la ciudad de Nueva York emergió como destino del azúcar cubano. Fue en Williamsburg, Brooklyn, donde se refinaba el azúcar cubano en la American Refinery Company empresa con la que la familia Havemeyer sentó las bases del consorcio que hoy conocemos como Domino Foods y que en 1870 cubría el 70% del consumo de azúcar refino de todos los Estados Unidos.

Tal tráfico por supuesto no era en una sola dirección ni solo de productos. Mientras los Estados Unidos enviaba a Cuba una amplia gama de productos industriales y agrícolas e ingenieros y técnicos que manejaran la nueva tecnología que se iba introduciendo en el país o turistas que viajaban preferiblemente en invierno desde la isla además de las cajas de azúcar llegaba el tabaco tanto torcido como en rama, jóvenes que iban a estudiar carreras eminentemente técnicas en las universidades norteamericanas y no pocos exiliados. Estos últimos no siempre estaban en condiciones de dedicarse en exclusiva a los asuntos de la patria o del alma. Antes de hacer el verso había que ganarse el pan. Y el pan aparecía en muchas de estas ocasiones asociado a empresas de carácter comercial donde su talento para comunicarse con el prójimo, para conmoverlo debía encontrar acomodo. 

El Espejo”, publicación para la que trabajó durante décadas Cirilo Villaverde y en cuya imprenta publicara su “Cecilia Valdés” no es un caso único de talentos literarios asociados o subordinados a empresas comerciales. “La América. Revista de Agricultura, Industria y Comercio” es un caso quizás más ejemplar.  Fundada “en abril de 1882 por el cubano Enrique Valiente […] como órgano de la Agencia Americana de New York (The American Agency/ E. Valiente & Co./ Manufactures’ Agents for Export" (Lopez.56) en diferentes momentos de su existencia contó con la dirección o colaboración de intelectuales cubanos como Antonio Bachiller y Morales, Diego Vicente Tejera, Rafael de Castro Palomino, Gabriel Zéndegui y el ubicuo José Martí. The American Agency era “una casa comisionista que representaba a más de 44 empresas del país, entre ellas la compañía de jabonería y perfumería Colgate y la fábrica de máquinas impresoras R. Hoe & Co. Contaba con agentes en cuatro ciudades cubanas –La Habana, Puerto Príncipe, Santiago de Cuba y Manzanillo- así como en Puerto Rico, Santo Domingo, México, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina, Uruguay, España y todos los países de Centroamérica” (Ibid). Su primer director fue el mentado Rafael de Castro Palomino residente en Hoboken, NJ era "the son of a Cuban propietor of a stable in Manhattan and had lived for more than two decades in the New York metropolitan area, acting for many years as spokeperson for the mugrant community" (Lomas.94). hasta junio de 1883 en que José Martí se encarga de la redacción. No es hasta diciembre de 1883 en que Martí aparece oficialmente como director de la publicación puesto en el que se mantendrá  hasta finales del verano ese mismo año. La revista, que tuvo entre los sucesores de Martí en la dirección a los cubanos Gabriel Zéndegui y Diego Vicente Tejera y al ex –presidente colombiano, Santiago Pérez Manosalbas continuó publicándose al menos hasta 1893.

Las colaboraciones de Martí en la publicación anteceden y sobrepasan el período en que asumió su dirección comenzando al menos en marzo de 1883 y apareciendo algún  artículo en fecha tan tardía como 1887. Por mucho que el estudioso Enrique López Mesa insista en que entre “los años que median entre el 10 de agosto de 1881 –día de su regreso definitivo a Nueva York- y el 14 de marzo de 1892- día de la fundación de su propio órgano de prensa [se refiere a Patria]-  José Martí es un pensador en busca de medios de divulgación para sus ideas” (Lopez.54) lo cierto es que el objeto de la agencia que sufragaba la revista era como él mismo reconoce “era ayudar a los fabricantes norteamericanos a exportar sus productos hacia Hispanoamérica”. El propio Martí no se apartó demasiado de dichos objetivos comerciales imprimiéndoles sin embargo su personal densidad literaria. En las páginas de “La América” lo mismo aparecían glosas martianas de las virtudes de la luz eléctrica, o de cierta fábrica de locomotora o de cierta marca de tijeras de trasquilar ovejas que su bello e incisivo artículo sobre la inauguración del puente de Brooklyn. En este sentido si se compara con “El Espejo” del cual Cirilo Villaverde confesaba en una carta que “la política estrictamente mercantil […] no consiente la publicación de artículos amenos ni doctrinarios” las libertades que se tomaba Martí en “La América” resultan notorias. 
Calle Broad en 1929
Sitio correspondiente al 76 Broad
En sus inicios “La América” radicó en 76 Broad Street en la parte baja de la ciudad. Aquella zona, donde todavía radica el corazón financiero de la urbe era en aquellos tiempos también el lugar de mayor concentración de imprentas y sedes de publicaciones de Nueva York. 


Es en enero de 1884 que, coincidiendo con el momento en que "La América" estrena nuevo propietario, que se anuncia en la revista que “el domicilio social ha cambiado para el número 756 de la calle Broadway. Ubicado entonces en un sitio de intenso tráfico de la avenida más importante de la ciudad la publicación se aloja ahora en sede “de la New York Tourists’ Agency, compañía de la que es propietario el cubano Ricardo Farrés, avecindado en la ciudad” (Lopez.59-60). La nueva sede estaba en un área densamente comercial a medio camino entre la céntrica Astor Place y la New York University, una zona llena de lugares asociados con la actividad política de Martí en aquellos años.
Como ocurre con la inmensa mayoría de los edificios relacionados con la emigración cubana en el siglo XIX ambos hace mucho tiempo dejaron de existir. El de 76 Broad hoy es un espacio vacío en que se ha instalado recientemente una pérgola y un jardín mientras que el 756 Broadway fue derribado para dar paso a la construcción de la Wanamaker's Department Store a partir de 1902, tienda que a su vez cerró en 1955. Luego de un incendio en el edificio este “was sold to investors who converted it to offices, showrooms, and manufacturing lofts. The building is now occupied by retail space on the first and second floors, with offices above” (Presa.95). 


Bibliografía
Lomas, Laura. Translating Empire. José Martí, Migrant Latino Subjects and American Moderties. Durham & London: Duke University Press, 2008
 López Mesa, Enrique. José Martí: Editar desde Nueva York. La Habana: Editorial Letras Cubanas, 2012.
Presa, Donald. NOHO historic District Designation Report. New York, 1999.

Wall Street National Register Historic District Report

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Un colegio fundado por Cirilo Villaverde en Nueva Jersey

Tomado del blog de la Academia de Historia de Cuba en el Exilio

Por Enrique Del Risco

En casi todos los breves resúmenes biográficos sobre el novelista Cirilo Villaverde (que como casi todos los escritores cubanos carece de una biografía más o menos decente) aparece una línea que por escueta al mismo tiempo resulta misteriosa. La línea dice: “En 1864 fundó, con la colaboración de su esposa, un colegio en Weehawken”. Pero el misterio no proviene del acto de fundar un colegio ni de que el lugar de la fundación fuese ese con tan extraño nombre. Lo misterioso es que ese dato aparezca como en medio de la nada, sin antecedentes ni consecuencias. El misterio se ahonda en mi caso personal porque en Weehawken, pueblo de Nueva Jersey situado en lo alto de un acantilado frente a la isla de Manhattan al otro lado del río Hudson pasé mis primeras semanas en los Estados Unidos. Viví aquellos días en una casa situada a unas decenas de metros del sitio exacto (si es que se puede tener certeza de ello) en el cual Alexander Hamilton murió a manos del vicepresidente de entonces Aaron Burr en un duelo que vuelve a ser famoso gracias a un musical de moda pero donde no hay ningún rastro que indique que allí hubiera fundado una escuela el novelista que inspirara la más famosas de las zarzuelas cubanas.
Misteriosa era sobre toda la absoluta falta de evidencias. Todos mis esfuerzos por encontrar algún rastro de aquella en los archivos municipales de Weehawken o en su biblioteca habían tenido como resultado la más perfecta nada. Y sin embargo revisando la correspondencia de la esposa del escritor, la famosa patriota Emilia Casanova encontré unas líneas que me devolvieron -junto con la certeza de que no se trataba de un espejismo- el impulso para seguir indagando en los rastros que pudo dejar dicho colegio. De cualquier modo las líneas de Emilia Casanova apenas eran más explícitas que las notas biográficas sobre su marido. Decía a una amiga el 17 de agosto de 1870: “Recuerdo vivamente la noche en que fue a visitarnos, en compañía de su hermano Juan Francisco, al otro lado del Hudson, en un colegio que Villaverde tenía en Weehauken, por los años de 1865 y 66”.  
La búsqueda en una base de datos monstruosa que incluye periódicos de todo el continente americano desentrañó por fin el misterio. Dos anuncios daban fe de la existencia del colegio. En uno, procedente del periódico habanero “El Siglo” se da aviso de un “Colegio Politécnico Inglés –Español” bajo la dirección de “C.P. Villaverde” con la “cooperación de profesores americanos y extangeros [sic]”. 

Se añade que dicho colegio está “montado sobre los planes de los mejores colejios de Europa y en él se da una instrucción científica y práctica a la altura de las necesidades de la época”. No debió de funcionar muy bien el colegio ni recibir suficientes estudiantes cuando apenas unos meses después el “New York Herald” publica el 10 de abril sendos anuncios ofreciendo alojamiento a tanto a una pareja como a unos cuantos caballeros.

No se daba una dirección precisa. Téngase en cuenta que Weehawken apenas llevaba unos años desde su fundación el 15 de marzo de 1859 y como se puede ver en la imagen abajoapenas contaba con algunas edificaciones en medio de la nada. 

Grabado de Weehawken Hights y lo que debió ser el edificio del colegio fundado por Villaverde, luego propiedad de John Hillric Bonn
La única referencia concreta a la ubicación es que “el establecimiento se halla situado en la hermosa quinta que fue del célebre Daniel Webster en las alturas de Weehawken”. Aunque en ninguna de las biografías consultadas del representante, senador y Secretario de Estado de tres presidentes distintos se menciona el hecho de que viviera o tuviera propiedades en Weehawken en cambio en varias historias del condado de Hudson se alude de pasada a este hecho. En una de ellas al referirse al empresario John Hillric Bonn, emigrado alemán y fundador del sistema ferroviario del condado de Hudson dice que este y su esposa luego de mudarse un tiempo al vecino Hoboken “They returned to Weehawken in 1867 and made that city their permanent home, settling on the spot formerly owned by Daniel Webster, the statesman”.
Ferrocarril elevado al El Dorado Amusement Park, Weehawken construido por John Hillric Bonn

En otra historia de Weehawken se precisa por otra parte que Bonn fue “one of the pioneers of North Hudson, who settled in Weehawken, in 1857, had a large estate in the heights section (2nd Ward) and lived in a large house at what is now known as #530-Gregory Ave. There is a story told that one time Daniel Webster owned”. 

Vista aérea de parte de Weehawken marcado con la dirección del 530 Gregory Ave.
Establecida la ubicación exacta de la escuela todavía quedaría bastante por averiguar: fechas exactas de fundación y cierre, nombres de los profesores “americanos y extranjeros” que dieron clase allí, la dimensión de la matrícula que llegaron a tener, las materias que se daban. Por los dos anuncios sueltos encontrados puede deducirse que se trataba de una escuela de perfil técnico, enfocada a un estudiantado fundamentalmente cubano para prepararlo para ingresar en la educación superior norteamericana un destino cada vez más frecuente entre los jóvenes cubanos en aquellos días.  “Entre las décadas de 1860 y 1880, hasta una cuarta parte de los estudiantes en el Rose Hill Campus de St. John’s College (hoy día, Fordham University) tenían apellidos españoles. La mayoría venía de Cuba”. 
Sin embargo no parece que la escuela consiguiera prosperar cuando al año siguiente de estrenada intentaba complementar sus ingresos con el alquiler de habitaciones y debiera cerrar poco después. Resulta en cambio relevante para el condado de Hudson –el sexto más densamente poblado del país- con visible presencia cubana (28,900 personas de origen cubano en 2013) y con un 42% de población de ascendencia latina contara en fecha tan temprana con este proyecto de educación bilingüe, (posiblemente el primero en todo el estado) antecedente del Instituto Estrada Palma (fundado por Don Tomás Estrada Palma inicialmente como Instituto Cornell en 1883) en Central Valley, Nueva York y del actual sistema educativo del condado de Hudson Nueva Jersey. 

Bibliografía

Apuntes biográficos de Emilia Casanova de Villaverde. [Escritos por un contemporáneo] Nueva York: 1874.

Harvey, Cornelious B. Genealogical History of the Bergen and Hudson Counties. The New Jersey Genealogical Publishing Company, 114 Fifth Avenue, New York, 1900

Kirk, Edward J. Weehawken History, 1932.
http://files.usgwarchives.net/nj/hudson/history/local/weehawken.txt

Nueva York (1613-1945)
https://www.nyhistory.org/web/PDF/nuevayork/NuevaYork_LARGEPRINT_SP_FINAL.pdf

Winfield, Charles. History of the Hudson County. NEW YORK: KENNAUD & HAY STATIONERY M'FG AND PHINTING CO.No. 89 Liberty Street.1874.