domingo, 25 de octubre de 2015

"... y toca piano"

Hoy Diario de Cuba publica una versión mucho más extensa del texto que apareció en El Nuevo Herald ayer sobre Jorge Valls, recientemente fallecido, Acá les dejo un par de fragmentos:

Entre amigos siempre recordamos la vez que, luego de dar una conferencia, lo invitaron a una recepción en un apartamento neoyorquino de esos que incluso en películas parecen increíbles donde con la naturalidad de siempre Jorge pasaba de un tema a otro para embeleso de unas cuantas señoras mayores que no podían creer que alguien pudiera saber tanto de tantas cosas distintas. Como siempre Valls, demasiado entretenido en diseccionar con toda la precisión posible el tema en cuestión apenas se enteraba del efecto que producía en su auditorio. Para completar el involuntario espectáculo circense en que se había convirtiendo la velada un amigo empezó a presionarlo para que tocara alguna pieza en el piano que ocupaba la sala y Jorge, que si algo le molestaba más que el alarde era decepcionar a un amigo empezó a hacer sonar el instrumento como sospecho no lo había hecho en mucho tiempo ante lo cual una de aquellas admiradoras soltó en un suspiro “Ay… y toca piano!”Desde entonces esa frase ha quedado entre nuestro círculo de amigos como resumen de quien, adornado con todas las virtudes imaginables, nos sorprende con una más.  [...]Confieso que en vida lo admiré poco. Preferí disfrutar de su presencia como se puede preferir beber agua en una fuente romana en lugar de hacerse un selfie junto a ella. Con esa falta de perspectiva pero no de consciencia. Quizás porque admirar a alguien así equivaldría a irle redactando mentalmente el panegírico en vida. Porque su austeridad y estoicismo –ese estoicismo que llevó hasta las últimas semanas, días, y horas de su vida que sin duda fueron dolorosas pero nunca permitió que se le notase- no excluían un trato agradable, cortés y ceremonioso respaldado por su voz de león radial y matizado por su agudeza amable pero siempre despierta. A pesar de todas las décadas, experiencias y conocimientos que me llevaba de ventaja nunca se permitió el menor gesto de condescendencia como no se permitía otros vicios tan frecuentes como la envidia o el rencor. Su desprecio al régimen que lo había encarcelado durante dos décadas y luego expulsado al destierro se basaba en su carácter autoritario, corrupto e inconsecuente pero nunca en agravios personales de los que no se daba por enterado. Era en toda la extensión de la palabra un estoico y podía concordar perfectamente con otro compañero de credo, el emperador Marco Aurelio cuando afirmaba que “la forma más noble de vengar una ofensa es no imitar a quien nos ha ofendido”. Fue exigente consigo mismo como no lo he visto en nadie y sin embargo ni siquiera a la hora de su muerte estuvo convencido de haber cumplido con sus deberes. (Me cuentan que al preguntarle en la que sería la víspera de su muerte qué era lo que más le preocupaba repitió varias veces “Mi alma, mi alma”). Entre los que lo asistieron en su muerte estaba Lucy Echeverría, la hermana de José Antonio, aquel líder estudiantil con el que fundó el Directorio sesenta años atrás para librar a su país de alguna tiranía. Curioso como en gente como Jorge todo nos parezca tan literal y tan simbólico al mismo tiempo.
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