viernes, 28 de agosto de 2015

Raza, lengua, nación

Cuenta Fernando Figueredo Socarrás, uno de los principales cronistas de la Guerra de los Diez Años, sobre los días en que se discutía el Pacto del Zanjón y Maceo con su tropa era de los pocos que todavía combatía:
"Le ordené se quedara á mi lado mientras los exploradores García y Gutiérrez marchaban á reconocer las estancias de Solís. Les advertí se aproximaran cuanto pudieran, y que no permitieran que nadie los viera: que trataran de ver la gente, y si eran blancos no esperaran más detalles y vinieran á incorporárseme, pues era la fuerza [española] de Holguín ojeando la montaña y recogiendo las familias; y. si por el contrario, eran negros, se aproximaran hasta oírlos hablar y si hablaban en francés, entrasen sin desconfianza, que era la tropa de Maceo. ¡A tal extremo habíamos llegado en aquel paréntesis de la Revolución, que el patriotismo se medía por el color de la piel!
Este fragmento es revelador por muchas razones y no es la menor de ellas la obvia y amplia presencia haitiana entre la tropa de Maceo al punto que el que hablaran en francés fuera su seña de identidad. Y todo es más curioso porque dicha presencia haitiana apenas es mencionada por la historiografía oficial siempre tan interesada en internacionalizar el relato fundacional independentista cuando se trata de reforzar las relaciones con algún país o grupo étnico. Si se trata de puertorriqueños siempre se saca al general Juan Rius Rivera, si de alguna brigada solidaria norteamericana se echaba mano a Henry Reeve. Si los chinos deciden enviar arroz o autobuses pues entonces aparecen mambises chinos por todas partes. El general más polifacético ha resultado ser Carlos Roloff que lo mismo servía en su momento como estandarte de los comités de amistad Cuba-Polonia que más recientemente como comodín entre el gobierno y la Comunidad Hebrea de Cuba. Y sin embargo pese a los apellidos franceses de unos cuantos oficiales del ejército libertador de ascendencia haitiana como Crombet, Lacret o Ivonnet aquellos soldados que con su lengua dominaban la comunicación en el campamento del más aguerrido de los generales cubanos hoy parecen invisibles para la historiografía cubana.
La otra reflexión a la que invita este fragmento es de naturaleza más abstracta. Esa exclamación final de Figueredo es hija del desconcierto del que hasta ese momento ha tenido muy clara -o muy difusa- su idea de la identidad nacional cuando de pronto esta se presenta en otro color y otra lengua. El hijo de rico hacendado blanco, alzado contra España desde 1868 tras casi una década de guerra descubre en sus propias instrucciones que el núcleo más irreductible del patriotismo ha mudado de color de piel y de lengua. O peor: que de pronto su color de piel y su lengua es la del enemigo. ¡Cuánta sorpresa real hay en esos signos de exclamación! ¡Qué lección a los que creen tener una idea demasiado clara de lo que es la patria la de esos días en los que todo lo que quedaba de la patria era un campamento de negros que hablaban francés!      

lunes, 24 de agosto de 2015

Comunismo y nación (notas sobre una polémica II y final)

"Lo finito confunde siempre lo estable con lo infinito" dice Brodsky en su ensayo "Altera ego" sobre la actitud de los poetas hacia sus amores terrenales y algo similar se puede decir de la relación entre los oprimidos y sus opresores más estables. “Cada pueblo tiene el gobierno que se merece” es el extracto de sabiduría con el que se intenta explicar (y cancelar) la persistencia de un régimen haciendo énfasis tanto en el carácter de un pueblo determinado como el merecimiento del régimen en cuestión. Y no parece importar que en el caso del comunismo, como señalara Brodsky, este floreciera “con igual intensidad en latitudes y culturas extremadamente distintas”. Tanto las diferentes circunstancias en que se ha impuesto el comunismo como la similitud de resultados que consigue en sociedades totalmente extrañas entre sí bastaría para anular el argumento esencialista pero entonces entra a jugar esa necesidad sociológica y hasta psíquica que encarna el verbo “merecer”. Porque, puestos a considerar las causas de la instauración y persistencia de un sistema tan adaptable no es difícil dar con culpas nacionales para las cuales el comunismo suponga un merecido castigo. Sucede, a niveles sociales, lo mismo que según Brodsky le ocurre a los individuos frente al poder:
"¿no abrigamos todos un cierto sentimiento de culpa, sin relación alguna con el poder, desde luego, pero claramente perceptible? Por ello, cuando el brazo del poder nos alcanza, en cierto modo lo consideramos un justo castigo, un instrumento contundente, y a la vez esperado, de la Providencia. […] Uno puede estar del todo convencido de que el poder se equivoca, pero pocas veces está uno seguro de su propia virtud"
Esta aceptación de la culpa propia, individual y colectiva, en lugar de generar un saludable análisis autocrítico a menudo no ha hecho más que acentuar la profunda impotencia que de por sí engendran los regímenes totalitarios y estimular el improductivo ejercicio del autodesprecio y el masoquismo. Los tiranos correspondientes -a diferencia de aquellos déspotas tradicionales por la gracia de Dios o de alguna psicopatía- quedarían reducidos apenas a la condición de administradores de dicho castigo. De ahí que intelectuales como Havel insistan en ver el comunismo como imposición y así mantener separados esos entes elusivos pero simbólicamente poderosos como son el Mal y el alma del pueblo: modo elemental pero efectivo no sólo de sacudirse la impotencia que engendra la opresión sino también de exorcizarla mediante el viejo recurso de convertirla en aberración antinatural para (nótese la paradoja) el espíritu humano.  
La razón por la cual ni Havel ni Brodsky conseguían ponerse de acuerdo en este punto rebasa la cuestión nacional. Y es que para encontrarse con un régimen que engendrara en sus oprimidos tanta impotencia y abyección, un grado tan alto de descomposición de lo que nos regodeamos en llamar “el espíritu humano”, habría que acudir a la esclavitud en cuyo caso la imposición nunca podrá acusársela de ser un mito. Porque para entender al comunismo y regímenes similares hay que asumir al mismo tiempo que dichas impotencia y abyección vienen precedidas, si no acompañadas durante largos trechos, por cantidades similares de esperanza, entusiasmo y fervor. Cuando Brodsky propone a Havel renunciar al concepto del comunismo y pensarlo simplemente como una variante más del Mal humano parecer contradecirse y desconocer la especificidad de un mal que él mismo ha adscrito a dimensiones y circunstancias relativamente nuevas en la historia de la humanidad. Y lo distingue cuando habla de él como el “primer grito de la sociedad de masas”, “proveniente del futuro del mundo”. Ni el comunismo ni cualquier otra forma de totalitarismo inventaron el Mal pero lo han organizado a un nivel desconocido hasta el momento. Y si sospecho que no puede tratarse del viejo Mal del cual prevenían los libros sagrados es porque en la sociedad de masas Dios no tiene mucho que hacer ni como adversario ni como frontera del mal.
En el proceso de laicización del mundo por el que ha atravesado la humanidad durante más de dos siglos la muerte de Dios o al menos la expulsión de Dios de los asuntos humanos ha dado a la humanidad, además de la posibilidad de substituir a Dios como encarnación de lo Absoluto –y la ilusión de ser la máxima responsable de su destino- la obligación de internalizar el Mal absoluto. 
Para los asuntos humanos, al menos en Occidente, no sólo ha muerto Dios sino también el Diablo y con ellos la cómoda distinción que trazaban y la relativa irresponsabilidad que la humanidad podía permitirse. En este sentido Havel tiene toda la razón al singularizar al comunismo como variante novedosa y distintiva del Mal. Según el intelectual checo el
"comunismo estuvo lejos de ser simplemente la dictadura de un grupo sobre otro. Fue un sistema genuinamente totalitario. Esto es, que penetraba cada aspecto de la vida y deformaba todo lo que tocaba, incluidos todos los modos naturales de desarrollar la vida en conjunto. Este afectaba profundamente todas las formas de conducta humana. Por años, una estructura específica de valores fue deliberadamente creada en la conciencia de la sociedad. Era una estructura perversa que iba contra todas las tendencias naturales de la vida pero las sociedades sin embargo la internalizaron o más bien fueron compelidas a internalizarlas"
Más adelante Havel dice en su discurso que otro de los efectos del comunismo era su tendencia intrínseca a “convertir todo en lo mismo”, a uniformizar la vida de los pueblos en los cuales se instaló, con independencia de cuán distintas fueran sus culturas y su pasado histórico. Junto a una descripción de los efectos del comunismo que Brodsky difícilmente objetaría –la ubicuidad de su influencia y su tendencia a uniformizar las sociedades al nivel más basto y elemental- el checo insiste en definirlo como aberración antinatural y como imposición. De ahí que Brodsky persevere en la necesidad de crear un “orden social menos sustentado en la autocomplacencia” que significa partir de “la premisa, aún prestigiosa, de la bondad humana”. De ahí que le pareciera un facilismo y, en el caso de Havel, una irresponsabilidad, apelar a la bondad humana tanto para conducir la evolución poscomunista de su país como para apelar a la comprensión de Occidente.
Pasados veinte años de aquella disputa dialéctica los dos escritores, sentados en alguna esquina de la gloria, podrían repartirse honores en este juego profético. Al checo le darán la razón las diferencias, al menos a mediano plazo, que marcan el destino postcomunista de sus respectivos países. Ya sea debido al mito –intensamente representado- del comunismo como imposición, y el de la bondad original del pueblo checo, o gracias a sus diferencias culturales, la república Checa presenta una evolución democrática muy distinta de las pataletas autocráticas y neoimperialistas rusas. A Brodsky en cambio deberá reconocérsele que tenía la razón en el debate en un sentido más amplio y duradero: reducir el Mal manifestado en ciertas partes del planeta a la palabra comunismo, o incluso totalitarismo, (términos que por estos tiempos ya resultan demasiado ridículos o pintorescos) disimula su perversa universalidad.   
"Quizá ha llegado la hora –para nosotros y para el mundo en general, democrático o no- de suprimir el término comunismo dela realidad humana de Europa del Este, a fin de que uno pueda reconocer esa realidad como lo que fue y lo que es: un espejo"

Un espejo dirá Brodsky del “potencial negativo del ser humano”, de lo que puede llegar a ser cualquier sociedad cuando se entrega –preferiblemente en situaciones de crisis- a una idea que pase a ocupar el sitio donde antes se ubicaba a Dios. Y lo que ha demostrado el tiempo transcurrido desde aquella polémica es que el Mal moderno de la sociedad de masas siempre tendrá posibilidades de triunfar  mientras invoque objetivos lo suficientemente atractivos como para deponer nuestro espíritu crítico, nuestra capacidad de equilibrar ilusión y cordura. Los conceptos que se invoquen siempre serán bellos -o al menos razonablemente atractivos- como la libertad, la igualdad, la justicia social pero también la tolerancia, la seguridad, el equilibrio ecológico, la salud pública, la protección de los niños, los valores familiares, los estéticos, el peso corporal adecuado o el confort físico o mental. La manera inequívoca de detectar sus ambiciones totalitarias será menos el objetivo en el que concentren sus esfuerzos que su promesa de resolverlo –y presten atención, pues esta es la frase que delata su falacia y su descaro- “de una vez y por todas”. Y es difícil imaginar la nación o sociedad que desde ahora se encuentre a salvo de la tentación de lo absoluto.  

domingo, 23 de agosto de 2015

Comunismo y nación (notas sobre un debate I)

Por vacuo y oportunista que parezca intervenir en una polémica de hace más de veinte años cuyos dos protagonistas están entregados al más definitivo de los silencios (a excepción, claro, de lo que han dejado escrito o de algún manuscrito perdido que pueda aparecer) creo que vale la pena asomarse al intercambio epistolar que sostuvieron el escritor Joseph Brodsky y el dramaturgo-presidente Vaclav Havel en 1994. Este se produjo tras la publicación en la revista de New York Review of Books de un discurso pronunciado por el checo bajo el título de “La pesadilla postcomunista” y a la que Brodsky replicó con una carta en la misma revista y Havel cerró con una breve y amistosa respuesta.
En apariencia lo que le recrimina el escritor ruso al checo es el no ser lo suficientemente sutil al describir tanto el comunismo como el postcomunismo. Lo acusa en fin, con todo el cariño y la suavidad –y la malicia- de que era capaz Brodsky cuando algo le incomodaba mucho, de que al escribir su discurso Havel se comportara más como político que como escritor. Es por eso que al comenzar la carta le recuerda que “tenemos algo en común: ambos somos escritores. En este tipo de trabajo uno mide sus palabras con más cuidado que en otros antes de entregarlas al papel o, dado el caso, al micrófono”. Brodsky alaba la cortesía del presidente checo (“su célebre cortesía” dice) pero luego le sugiere que “quizá la verdadera cortesía, señor Presidente, consista en no crear falsas ilusiones”.
Si se quiere determinar la probable razón del texto de Brodsky, su rabia fundacional digamos, no es demasiado difícil encontrarla pues se trata ni más ni menos que de patriotismo herido. Las puyas nacionalistas atraviesan el texto de Brodsky desde el principio cuando al comparar los retorcidos resortes pedagógicos puestos en juego en sus respectivas prisiones sugiere que 
“la desesperanza de un hoyo de cemento, colmado de la peste de orines en las entrañas de Rusia lo hace uno cobrar conciencia de la arbitrariedad de la existencia más rápidamente de lo que vislumbré alguna vez como un aislamiento penal limpio y cubierto de estuco en la Praga civilizada”. 
No poco le debe de haber molestado al ruso que el checo insistiera en que, a diferencia “de algunos otros países de la región”, la república Checa “el más occidental de los países postcomunistas” disfrutaba de “tradiciones democráticas previas y de un clima intelectual único”. Aunque claro, lo que está en juego no es solo el prestigio nacional sino la autoridad desde la que Brodsky habla a Occidente en las páginas de sus principales revistas intelectuales sobre comunismo y postcomunismo frente a los discursos del presidente checo. Sin embargo, cuando ruso ve en la descripción que del comunismo hace el checo un retrato robot del imperio soviético no es únicamente el prestigio de Rusia o el suyo como su interlocutor ante Occidente lo que ve en peligro. Brodsky advierte que la conveniencia política del reducir el comunismo a un asunto “oriental” cerraba la posibilidad de entenderlo en toda su complejidad y su peligro:
“Es conveniente tratar estos asuntos como un error, como una horrenda aberración política, quizá impuesta a los seres humanos desde algún lugar anónimo. Es aún más conveniente si ese lugar tiene un nombre geográfico exacto o que suene extranjero, cuya ortografía oculte su naturaleza absolutamente”
Pero siendo Brodsky uno de los intelectuales más serios y agudos del pasado medio siglo le preocupaba que el sufrimiento causado por uno de los sistemas más devastadores que ha conocido la historia de la humanidad terminara en mero malentendido cultural. Que tanto sufrimiento no sirviera siquiera para sacar las lecciones apropiadas como asunto humano y universal en lugar de cierto atavismo oriental y tercermundista. Es por ello le recuerda al presidente checo que el origen teórico del comunismo no se encuentra en el Oriente sino en el corazón de Occidente (¿o es que existe algo más Occidental que los escritos redactados por un judío alemán en la British Library?) y que, por tanto, desde ese punto de vista los rusos pueden reclamarlo como una imposición
Cierto, nuestros ‘ismo’ particular no fue concebido a orillas del Volga o del Moldava y el hecho de que floreciera allí no indica la fertilidad excepcional de nuestra tierra pues floreció con igual intensidad en latitudes y culturas extremadamente distintas. Este hecho no sugiere tanto una imposición como el origen orgánico –por no decir universal- de nuestro ismo.
Para Brodsky queda claro que “orientalizar” el comunismo, insistir en su otredad, racializarlo incluso es privar a la humanidad –y a Occidente democrático en concreto que tantas veces se atribuye la representación de toda la humanidad- de una de las lecciones más importantes de los últimos dos siglos de historia universal, lección que entraña la necesidad de reconocer que 
“la catástrofe que ocurrió en nuestra parte del mundo fue el primer grito de la sociedad de masas: un grito, por decirlo así, proveniente del futuro del mundo, y reconocerlo no como un ismo sino como un abismo que se abre de repente en el corazón humano para tragarse la honestidad, la compasión, la cortesía, la justicia”.
[Continuará]

miércoles, 19 de agosto de 2015

Ni muslo, ni pechuga ni patria...

Uno de los regalos de mi viaje a Europa Central fue "Sobresalto al vacío" de Maria Elena Blanco, libro que abrí, como si estuviera esperando, por esta página con un poema chino-cubano-neoyorquino.


viernes, 14 de agosto de 2015

El que no salte es...

La cubana no será la primera dictadura con la que los Estados Unidos tengan relaciones pero los cubanos son los únicos súbditos de los que se espera que salten de alegría por ello.


En la inauguración de la embajada norteamericana en Cuba no faltó un representante de la Internacional Daltónica:

Símbolos y prioridades

Ya sé que invitar a la disidencia a la apertura de la embajada norteamericana en Cuba es apenas un gesto simbólico, simbolismo que el gobierno norteamericano ha preferido evitar. No obstante, si pensamos que todo lo que puede hacer dicho gobierno por la disidencia se reduce a puro simbolismo y si los símbolos son ya lo único que se interpone entre la porra de los policías y las cabezas de los disidentes la ausencia de los disidentes en la apertura de la embajada es de por sí una invitación. Una invitación a los policías a que continúen su trabajo con renovados bríos.

Y sin embargo el secretario de estado, John Kerry, insiste en que que 'los derechos humanos estarán en lo más alto' de su agenda en la relación con La Habana"


El chiste debe perminar así: "estarán en lo más alto para cuando los dejemos caer sufran menos"